
Por Juanlu González
Un primer ministro acosado por frentes externos (eje de la Resistencia, opinión pública mundial, instituciones internacionales) e internos (familiares de presos y adversarios políticos), no ha tenido más remedio que presentar una especie de «plan de paz» para dar la sensación de que se preocupa por devolver con vida a sus conciudadanos, cuando todos saben positivamente que han sido abandonados a su suerte desde hace meses. Durante estos días atrás no ha cesado de declarar a los cuatro vientos que el único plan de paz que está sobre la mesa es el suyo y que Hamás, viendo su inequívoca determinación a continuar la guerra, acabará cediendo a sus condiciones.
Sin embargo, ha sucedido todo lo contrario. Los negociadores egipcios y qataríes han manifestado que el Movimiento de Resistencia Islámica no va a aceptar las condiciones impuestas, algo más que esperable para cualquier observador, parcial o imparcial, que conozca mínimamente el desarrollo del conflicto y la naturaleza de sus principales actores.
Claro que hay un plan de paz encima de la mesa: el canje de los retenidos (y cuerpos sin vida) palestinos e israelíes a cambio de un alto el fuego definitivo, la retirada total de las FDI de la Franja y la reconstrucción de las viviendas y la infraestructura gazatí bajo supervisión internacional. Analistas militares solo dudan de la fecha en la que Netanyahu se avendrá a negociar esta salida pero, salvo matices o algún intercambio parcial previo, no hay otra posible. La propuesta israelí rechazada es una operación cosmética sin ningún viso de poder implementarse. Su finalidad es hacer rechazar públicamente a los palestinos un plan de paz al que muchos medios de comunicación otorgarán carta de naturaleza.
La operación militar del 7 de octubre tuvo un objetivo claro: llevar a Gaza el máximo número posible de militares y civiles israelíes para canjearlos por los miles de presos políticos palestinos en los campos de internamiento israelíes. Nadie puede pensar que Hamás va a renunciar a su principal baza negociadora a cambio, tan sólo, de dos meses de alto el fuego, tras el cual continuará la guerra con toda su crudeza.
Aprobar el «plan» de Netanyahu sería un suicidio en toda regla y daría al traste con todo lo conseguido hasta ahora por las fuerzas de la resistencia en su conjunto. No había ninguna otra posible respuesta y todo el gabinete era consciente de ello, como también lo son los familiares del más de centenar de presos que aún están en Gaza, a pesar de que cada día que pasa, su número desciende al ser asesinados por las acciones de ambos bandos. Sin embargo, Netanyahu sabe que su supervivencia política depende de ganar la guerra sin que quede un rescoldo de duda y de que todos crean que él es el único que podría detener la futura creación de un estado palestino, algo que desbarataría los planes trazados desde principios del siglo pasado.
Pero para cualquier analista militar serio, no hay solución militar al conflicto de Gaza. La resistencia no es un ejército uniformado que vive en bases localizadas donde hacen la instrucción cada mañana.
Fuente Antiimperialistas.com