Por Miguel SOLANO
Ella tenía dilemas consigo misma. Siempre creía pertenecer a otra persona.
Se tocó en la puerta, se toco en la ventana y se divorcio.
Yo aparezco en su vida cuando su apetito por hombres está climático y con la ternura de la serpiente hizo de mi cuerpo su manjar.
Las intimidades siempre fueron fruteros de inocencia y aprendí que mi amada era bruja. Yo, como niño, podía dormime escuchando las historias de sus prohibidas ilusiones en sus vuelos nocturnos. Mi bruja es bella y tiene un cuerpo de virgen negra que cuida con esmero.
La sal acumulada fruto de los ejercicios provocó que le saliera un pequeño golondrino cerca de su zona orgasmica, me preguntó qué hacer y yo le dije que machucara un grano de ajo y se lo colocará.
Ella lo hizo. Nadie nunca ha podido explicar por qué el ajo impide que las brujas vuelen, pero con el ajo entre sus piernas, dejó de volar y dejó de quererme, de desearme, de apetecerme.
Lo último que recibí de ella fue un epitafio en el que me sentenció :»Tienes vacaciones! «