
A pesar del ruido político, de las tensiones comerciales y de la retórica beligerante de Donald Trump, la economía de Estados Unidos continúa enviando señales claras de resiliencia. Los últimos datos del mercado laboral, publicados por la Oficina de Estadísticas Laborales, muestran que en mayo se crearon 139.000 empleos y que la tasa de paro se mantuvo en un 4,2%. Es una cifra sólida, que supera las previsiones de los analistas y refuerza la idea de que, al menos por ahora, la economía real sigue su curso al margen de los bandazos de la política.
Los economistas esperaban un crecimiento de 125.000 empleos, pero la realidad volvió a desmentir el pesimismo. Y lo hizo en un contexto particularmente incierto: tras el estallido de la guerra comercial desatada por la Casa Blanca con sus “aranceles recíprocos”, muchos auguraban un frenazo inmediato. Sin embargo, los datos muestran que la maquinaria económica estadounidense todavía no acusa el golpe, o que, si lo hace, lo disimula bien. No todo es positivo, por supuesto. Las cifras de creación de empleo en marzo y abril han sido revisadas a la baja de forma significativa. En marzo, de los 185.000 empleos anunciados inicialmente se pasa ahora a 120.000. Y en abril, de 177.000 se rebaja la cifra a 147.000. Este tipo de correcciones apunta a una realidad menos vibrante de lo que los titulares podrían sugerir. La economía sigue creando empleo, sí, pero a un ritmo más modesto del que se creía.
Lo cierto es que el empleo, hasta ahora, ha demostrado una sorprendente capacidad de aguante, pero la economía de Estados Unidos, como cualquier otra, responde a incentivos, reglas y estabilidad. Y en ese terreno, la administración Trump ha decidido jugar con fuego, tal vez porque en la política comercial de Trump, las decisiones no se guían tanto por la coherencia como por el espectáculo. Así sucedió días atrás en la planta de U.S. Steel en Pensilvania, donde el presidente, con casco ausente, pero verbo encendido, anunció que duplicará del 25% al 50% los aranceles al acero y al aluminio. Lo hizo rodeado de bobinas metálicas, carteles patrióticos y ovaciones coreografiadas, en un acto que pretendía reforzar su imagen de defensor de la industria nacional. Pero bajo el ruido del mitin, su frenesí arancelario terminó declarado ilegal por un tribunal federal.
El Tribunal de Comercio Internacional sentenció que muchos de los aranceles impuestos por Trump –incluidos los dirigidos a China, México y Canadá bajo pretextos tan variados como el fentanilo o la inmigración– no se ajustan a la ley. La respuesta de Trump no llegó de inmediato. Solo cuando el Tribunal de Apelaciones federal de Washington suspendió temporalmente los efectos de la sentencia, el presidente se lanzó a tuitear sobre el asunto. No quería incorporar al relato una derrota judicial.
Un andamiaje legal tambaleante
La sentencia deja claro que buena parte de su política comercial está en el aire. Un andamiaje legal tambaleante sostiene unos aranceles que, lejos de fortalecer la economía, han encarecido productos, castigado sectores dependientes del acero como la construcción y las manufacturas, y sembrado incertidumbre entre los inversores, con las bolsas bajando y subiendo sin mucho sentido. Todo ello sin haber logrado sentar las bases de una reindustrialización real.
El colmo de la contradicción es que mientras Trump promete proteger la industria siderúrgica con aranceles históricos, está a punto de autorizar la venta de U.S. Steel, emblema del acero estadounidense, a la japonesa Nippon Steel. Durante la campaña prometió bloquear la operación; hoy la presenta como una «alianza estratégica». Se habla de una “acción de oro” que permitiría al Gobierno de EE UU conservar el control simbólico, pero nada asegura que eso limite las decisiones empresariales de una matriz extranjera. El sindicato United Steelworkers, férreo opositor a la venta de U.S. Steel, ya ha advertido de que el acuerdo puede acabar socavando la seguridad nacional que Trump dice defender.
El propio anuncio de los nuevos aranceles parece diseñado más como ofrenda propagandística para aplacar a los trabajadores y justificar la venta que como una política económica seria. Trump prometió bonificaciones e inversiones que, por ahora, son poco más que promesas. Aseguró que vigilará desde la Casa Blanca, pero el historial de promesas incumplidas en el sector invita al escepticismo. A este paso, corre el riesgo de que no se le tome en serio.
El giro proteccionista tampoco se limita al acero. Los 100 primeros días de su mandato han sido una ofensiva contra las políticas climáticas y energéticas heredadas de Joe Biden. Trump ha dinamitado subsidios a las energías renovables, incentivado los combustibles fósiles y aplicado una lógica errática al sector energético: prometió dominancia energética mientras sus aranceles y recortes ahuyentan inversiones clave. La retirada del Acuerdo de París y los recortes presupuestarios en ciencia y medioambiente completan un panorama con consecuencias económicas de largo alcance.
Fuente MUNDO DIARIO