
Alexis Rodríguez-Rata
Las turbulencias por la guerra de Ucrania se dejan notar de este a oeste y de norte a sur. Siempre para mal, salvo para Noruega.
Antes de la guerra, en el 2021, el país nórdico era el segundo mayor proveedor de gas de la Unión Europea, solo por detrás de Rusia. Dejada de lado Rusia, ya es el primero. Y vende, además, a precios disparados.
Una suerte para su economía; un problema político: les deja en el centro de la batalla global por el gas.
Porque el país, espigado, muy poco poblado (5,4 millones de habitantes) y rico (el séptimo en riqueza per capita del mundo, y subiendo) es, ahora, de los pocos productores de gas y petróleo conectados directamente con la Unión Europea.
“Sí”, responde de forma clara y directa el profesor James Hamilton, economista de la Universidad de California en San Diego, al ser preguntado sobre si Noruega es el ganador de la crisis energética europea más que Argelia o que EE.UU. y el Golfo Pérsico con su gas natural licuado.
Y es que si casi la mitad de las exportaciones del país –según sus autoridades– son de hidrocarburos; y si el sector representa sobre el 14% de su riqueza, hoy todo va a más. Entre agosto del 2021 y agosto de este año, el incremento del beneficio derivado de sus exportaciones de gas natural fue del 314,9% según el organismo de estadística noruego. De petróleo del 61,2%.
Pero en el corto plazo también supone que “la seguridad de la red de oleoductos y gasoductos noruegos esté, actualmente, bajo un escrutinio minucioso. Los drones observados recientemente alrededor de las instalaciones en alta mar han agregado tensión al debate, pero no tenemos señales más específicas de una amenaza inminente”, cita Klaus Mohn, rector de la Universidad de Stavanger y de una dilatada experiencia en la industria de hidrocarburos noruega.
La clave: de las dos grandes zonas de extracción de gas y petróleo, una al norte y otra al suroeste del país, la primera es limítrofe con Rusia, y la otra, no extremadamente lejana. Y sus gasoductos y oleoductos llegan al Reino Unido, a Francia, a Bélgica, a Alemania, y desde hace apenas nada, a Polonia.
“El gobierno tiene que darse cuenta de que, con mucho, el objeto estratégico más importante en toda Europa hoy son las importaciones de energía o gas noruegas” resumía Tor Ivar Strømmen, profesor de la Real Academia Naval de Noruega, a Reuters. “Si esas entregas se cortaran, detuvieran o redujeran en gran medida”, seguía, “esto provocaría una crisis energética total en Europa”.
Es el temor. Y más cuando el extenso tamaño de sus recursos e infraestructuras dificultan la vigilancia; pero aún más tras el sabotaje, sin autor conocido, de los gasoductos Nord Stream en el mar Báltico. El precedente ha hecho dar nuevos pasos: el primer ministro noruego, el laborista Jonas Gahr Støre, anunciaba hace apenas dos semanas la movilización del ejército en las instalaciones energéticas. E insistía: un ataque contra ellas tendría por respuesta la del conjunto de sus aliados.
Noruega es miembro de la OTAN.
Fuente EL CONFIDENCIAL







