
Los conceptos emitidos en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor
Por Becker Márquez Bautista
Hoy en día, la política ya no es lo que debería ser. No es un secreto para nadie que muchos ciudadanos se afilian a partidos políticos o apoyan a un candidato con la genuina creencia de que, desde esa plataforma, podrán aportar al país o a la sociedad. Sin embargo, la realidad a menudo dista mucho de esta noble aspiración, sumergiéndonos en un ciclo de desilusión y escepticismo.
La esencia perdida de la política
La política no es solo un instrumento de poder; es mucho más que eso. Es el motor fundamental de las sociedades abiertas y plurales, la vía para la organización, el debate y la construcción de consensos. Su ausencia o su mala práctica ha sido, históricamente, la raíz de conflictos devastadores, como guerras, golpes de Estado y revoluciones que han fracturado naciones. En una sociedad que se precie de ser democrática, la política debería ser una herramienta para la cohesión, el desarrollo social y la búsqueda del bien común, no un factor de división, polarización o enriquecimiento ilícito.
Un desvirtuamiento con graves consecuencias
El desvirtuamiento de la política es un problema grave que exige atención y acciones urgentes para restaurar la confianza en las instituciones. Los actores políticos actuales han desvirtuado el noble ejercicio de la política de tal forma que los ciudadanos han perdido no solo el interés, sino la esperanza en la participación activa. La política ha perdido su esencia y propósito original; lo que ahora prevalece y se prioriza son los intereses particulares o partidistas sobre el bien común y el servicio público. Esto se manifiesta de diversas y perniciosas formas: la corrupción endémica, la falta de transparencia rampante, el clientelismo que corroe las bases de la meritocracia y la instrumentalización de la política para fines personales o de grupos económicos que secuestran la voluntad popular.
El nepotismo en la política daña profundamente la democracia al socavar la meritocracia y fomentar la corrupción. Al priorizar las relaciones personales sobre la competencia, el nepotismo crea un sistema injusto donde los individuos son seleccionados por su origen familiar o amistades en lugar de por sus habilidades y calificaciones. Esto, irremediablemente, lleva a una mala gestión y a una profunda pérdida de confianza en las instituciones públicas.
Como resultado, el ejercicio democrático ha perdido su vigor, sus valores intrínsecos y su raíz popular, tanto por las acciones de quienes buscan el poder a toda costa, como por la pasividad o complicidad de sus propios electores. La apatía ciudadana se convierte en el caldo de cultivo perfecto para que quienes ostentan el poder profundicen el deterioro institucional.
La naturaleza política del ser humano
Aristóteles, el gran filósofo, afirmaba que el ser humano es un “animal político” y que la palabra lo hacía diferente a los demás seres vivos. Aunque compartimos la naturaleza biológica con el resto de los animales, nos distinguimos por nuestra capacidad única para discernir entre el bien y el mal, lo justo y lo injusto, lo que es beneficioso o perjudicial para la comunidad. Esta capacidad, inherente a nuestra condición, es la que nos impulsa a vivir en sociedad y a participar en su organización, es decir, en la política. Sin embargo, cuando la política se corrompe, desvirtúa su propósito más elevado y traiciona esa esencia que nos define.
Revertir esta tendencia no es solo una tarea de los políticos, sino un desafío colectivo que exige una ciudadanía activa, vigilante y comprometida con los verdaderos valores de la democracia y el servicio público.
Concluyo con esta frase de mi autoría: «mientras los corruptos, disfrazados de políticos, cohabiten en ella, la política continuará su degradación y su mala reputación.»