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Por Iskander Santana
En 2025, el tablero geopolítico mundial está siendo testigo de un cambio profundo y simbólico que muchos describen como el ascenso del sol naciente y el ocaso del sol poniente. China, con su crecimiento económico, militar y diplomático, emerge con fuerza para disputar y redefinir el orden mundial tradicionalmente liderado por Estados Unidos, la superpotencia que durante décadas ha marcado las reglas del juego global.
China no solo exhibe un crecimiento económico acelerado, consolidándose como la principal economía manufacturera y tecnológica, sino que también despliega su poder militar de manera impactante. Su reciente desfile
militar tuvo lugar en Pekín, en la emblemática Plaza de Tiananmén, con motivo del 80º aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial. Presidido por el presidente Xi Jinping y acompañado por los líderes Vladimir Putin y Kim Jong-un, el desfile mostró armamento de última generación, incluyendo drones con inteligencia artificial, misiles hipersónicos, tanques avanzados y aeronaves de alerta temprana. Este evento evidenció el liderazgo alternativo que China busca consolidar, promoviendo un orden multipolar, más inclusivo y diverso.
Iniciativas como la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), donde Rusia, India y China sellan alianzas estratégicas, reflejan la voluntad de un bloque que desafía el dominio estadounidense y promueve nuevos esquemas de cooperación internacional.
Por su parte, Estados Unidos enfrenta una etapa de tensiones internas y desafíos externos. La política «America First», aunque destinada a revitalizar su economía y proteger sus intereses, ha tensado relaciones con aliados tradicionales y debilitado la cohesión global que sustentaba su hegemonía. El proteccionismo comercial, la polarización interna y la competencia tecnológica con China configuran un panorama donde el predominio estadounidense se reconfigura y se ve obligado a adaptarse a un mundo cada vez más multipolar y competitivo.
En el plano de la imagen y el espectáculo, la diferencia entre ambos países fue notoria. Mientras China desfilaba con una impecable sincronía, disciplina y despliegue tecnológicamente impresionante—un auténtico show de poderío militar en Pekín—, el desfile
estadounidense celebrado en Washington fue calificado por muchos como un espectáculo menos inspirador. La música rock de los 80, el ambiente festivo y la aparente falta de coordinación en algunos momentos hicieron que más de un espectador comparara el evento con una fiesta vintage o una «fiesta de cumpleaños» que con una demostración de músculo militar. Así, la exhibición china envió un mensaje claro y contundente, mientras que la estadounidense quedó a la sombra, con cierto aire de «circo sin carpa,» menos estricto y menos intimidante.
Este enfrentamiento entre las dos superpotencias, un G-2 con visiones en choque, marca una colisión estructural que definirá el futuro inmediato del sistema internacional. No se trata de una caída abrupta de Estados Unidos, sino de un periodo de transición en el que el
equilibrio de poder se distribuye de forma más compleja y dinámica. Mientras China exhibe su poder y proyecta su influencia con confianza, Estados Unidos busca mantener su espacio en un contexto global fragmentado y en constante cambio.
En definitiva, el paralelismo entre el sol naciente y el sol poniente encapsula este momento histórico: un ascenso sostenido de China que busca cambiar las reglas del juego, frente a un Estados Unidos que, aunque retador, ve cómo su posición hegemónica es cuestionada y transformada. La geopolítica de 2025 será la historia de esta reconfiguración del poder mundial, una historia donde ambos soles, en su danza de eclipse y reemergencia, definen inevitables nuevos capítulos para el planeta.
¿Estamos ante la caída de un imperio o la emergencia de un nuevo orden? Lo cierto
es que el mundo observa atentamente cómo estos dos gigantes remodelan el destino de la era contemporánea, en una pugna que combina rivalidad, competencia y, quizá, la posibilidad de una nouvelle coexistencia.
Este momento es, sin duda, uno de los capítulos más trascendentales en la historia de la geopolítica moderna y su impacto permea desde la economía global hasta la seguridad internacional, moldeando el rumbo de las próximas décadas.