

Los conceptos emitidos en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor
Por: Becker Márquez Bautista
El «fantocheo» y el «fantameo» no son exclusivos del ámbito personal; se han infiltrado en la política dominicana, corrompiendo el ideal del servidor público. En la política, estas prácticas describen a aquellos líderes que construyen su carrera sobre una fachada de un éxito falso, una popularidad y conexión con el pueblo de engaño, ocultando así su falta de sustancia, de integridad y de un genuino compromiso. Son los políticos que se visten de pueblo sin serlo, posan con los más humildes, y utilizan discursos engañosos y vacíos sin un plan de acción real que los respalde.
En el mundo de la política, la apariencia es una estrategia, una herramienta para engañar a los votantes y así lograr asaltar el poder y mantenerse en él. La motivación ya no es solo la validación social, sino el acceso a la influencia, a los recursos públicos y al control. Es una trampa peligrosa, no solo para el individuo, sino para la nación que lo sigue. Sencillamente son líderes de pies de barro con la cabeza hueca.
Las Consecuencias: La Trampa de la Ilusión
Cuando un líder se construye sobre apariencias, el impacto es mucho más profundo que un simple vacío personal; afecta a toda la sociedad. Por ende, se pierde la credibilidad tanto en la política como en los actores políticos.
El primer y más grave daño es la erosión de la confianza del pueblo en sus instituciones. Los políticos de fachada siembran la desilusión al no cumplir sus promesas, creando un abismo de cinismo y apatía en el electorado. La gente deja de creer en el sistema, en sus líderes y en el proceso democrático mismo, lo que facilita que otros «fantoches» tomen su lugar.
El Despilfarro del Dinero Público
Para mantener una figura de éxito económico y político, y así sostener la ilusión de un líder influyente, estos políticos recurren al gasto de recursos públicos en acciones superficiales. El dinero del pueblo se utiliza en eventos ostentosos, publicidad excesiva, campañas de relaciones públicas y proyectos de poca utilidad que solo sirven para cortar una cinta o crear premios para salir en las fotos. Las verdaderas necesidades de la gente, como la educación, la salud o la infraestructura, son ignoradas.
El Desprecio por la Gestión y la Competencia
El fantocheo político prioriza la habilidad de impresionar sobre la de gobernar. El mérito y la competencia son reemplazados por el carisma y la popularidad, lo que lleva a nombrar a funcionarios sin cualificación que solo buscan la misma fama. La gestión pública se convierte en un simple espectáculo, y las decisiones se toman por su impacto mediático, no por su beneficio real para la sociedad.
Los partidos políticos tienen que tener mucha cautela con estos fantoches, ya que suelen enquistarse en las direcciones partidarias, apadrinados por las altas instancias, creyéndoles sus mentiras sobre un supuesto liderazgo que en realidad no tienen. El fantocheo de estas personas llega a un extremo que ellos mismos se autoproclaman líderes. Sencillamente son unos estafadores que cohabitan en los partidos políticos.
Antes de realizar una exhortación, quiero dejarles una frase de mi autoría:
«Por vivir de apariencias, los líderes de pies de barro terminan hundiendo la confianza del pueblo en el lodo de sus mentiras.»
Una Exhortación a los Políticos y al Pueblo
A los que ostentan un cargo público, les digo: la verdadera grandeza de un líder no reside en el brillo de sus trajes, ni en el populismo vacío, sino en la honestidad de sus acciones y la solidez de sus principios. Es hora de dejar a un lado la fachada y gobernar con integridad, porque el pueblo merece líderes genuinos, no actores. Y muy malos actores dicho sea de paso.
Y al pueblo, le exhorto: aprendamos a discernir. La auténtica lucha por la nación no se libra en un desfile mediático, sino en el trabajo duro, en la transparencia y en el compromiso silencioso. No aplaudamos a las sombras; exijamos la sustancia. La verdadera fortaleza de un país reside en la autenticidad de sus líderes y en la conciencia de sus ciudadanos.
No seamos borregos de estos fantoches que se sirven y se lucran de nuestro trabajo. Estos fantocheros son maestros en el arte del engaño: prometen soluciones mágicas a problemas complejos y construyen su carrera sobre un castillo de naipes que, con el tiempo, inevitablemente se derrumba. Al final, este tipo de liderazgo solo siembra desconfianza y cinismo en la población, dejando a su paso una profunda desilusión y una sociedad cada vez más reacia a creer en la política. No seamos cómplices de estos falsos liderazgos y abramos los ojos para desenmascarar a estos farsantes.







