
Los conceptos emitidos en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor
Por Iscander Santana
Zürich, Suiza
En un mundo donde la narrativa dominante asocia automáticamente el socialismo con autoritarismo y fracaso económico, conviene examinar con mayor rigor los sistemas políticos que han emergido bajo esta bandera. China, Vietnam y la extinta Unión Soviética representan trayectorias que desafían los relatos simplificados del triunfo capitalista. Estos Estados han demostrado que el socialismo, lejos de constituir una fórmula monolítica, puede adaptarse a contextos históricos y culturales diversos, generando resultados que merecen análisis despojado de
prejuicio ideológico. La pregunta no es si estos sistemas son perfectos, sino si han logrado transformaciones estructurales que las democracias liberales prometieron pero no cumplieron en contextos equivalentes.
¿Estabilidad o estancamiento democrático?
Los sistemas de partido único en China y Vietnam han proporcionado una estabilidad institucional que contrasta radicalmente con la volatilidad de democracias liberales atrapadas en ciclos electorales cortoplacistas. Esta continuidad ha permitido la ejecución sostenida de planes estratégicos a largo plazo, como los planes quinquenales que transformaron economías predominantemente agrarias en potencias
industriales y tecnológicas capaces de competir globalmente.
La planificación centralizada soviética, frecuentemente ridiculizada por sus ineficiencias, logró una industrialización que convirtió una sociedad rural devastada por guerras en superpotencia científica en menos de tres décadas. La URSS marcó el siglo XX con avances que las democracias capitalistas tardaron generaciones en replicar: desde el primer satélite artificial y el primer ser humano en el espacio, hasta la universalización gratuita de educación universitaria y atención médica. Estos no fueron logros marginales sino transformaciones estructurales que redistribuyeron oportunidades a escalas históricamente inéditas.
Críticos señalan correctamente las limitaciones autoritarias de estos modelos. Pero conviene preguntarse: ¿cuántas democracias liberales han logrado industrializaciones comparables sin recurrir a colonialismo, esclavitud o dependencia de recursos externos? La estabilidad de partido único puede limitar libertades políticas, pero también ha demostrado capacidad para ejecutar transformaciones que los mercados libres no han entregado espontáneamente a sociedades del Sur Global.
Desarrollo con equidad: redistribución real versus promesas liberales
El socialismo ha priorizado estructuralmente la redistribución de recursos y el acceso universal a servicios básicos, no como caridad estatal sino
como derecho fundamental. Las mujeres soviéticas accedieron masivamente a educación superior, empleo remunerado y cargos de responsabilidad pública en proporciones que las democracias occidentales no alcanzarían hasta décadas después. En 1950, la URSS tenía más mujeres médicas y científicas que Estados Unidos y Europa Occidental combinados.
En Vietnam, un país devastado por guerras coloniales e imperiales, la expansión de infraestructura pública permitió que regiones rurales accedieran a electricidad, agua potable y clínicas de salud en plazos que contrastan con el abandono que sufren zonas equivalentes en democracias capitalistas del sudeste asiático. China ha sacado a más de 800 millones de personas de la pobreza extrema en cuatro
décadas, la mayor reducción de miseria humana en la historia documentada. Este dato, verificado por instituciones internacionales incluyendo el Banco Mundial, no puede descartarse como propaganda sin negar evidencia empírica masiva.
Los indicadores de alfabetización, esperanza de vida y acceso a educación en estos Estados socialistas superaron consistentemente a países con niveles de desarrollo económico equivalentes bajo sistemas capitalistas. Cuba, a pesar de décadas de bloqueo económico, mantiene tasas de mortalidad infantil inferiores a Estados Unidos y ha desarrollado vacunas exportadas internacionalmente. Estos logros desafían la narrativa de que solo el capitalismo liberal puede generar bienestar material.
Soberanía frente a subordinación: autodeterminación como amenaza
Los gobiernos socialistas han defendido sistemáticamente su derecho a definir modelos propios sin someterse a dictados del mercado global ni presiones de potencias extranjeras. Esta postura no es ideológica caprichosa sino ejercicio concreto de soberanía: negarse a privatizar recursos estratégicos, rechazar condicionamientos de organismos financieros internacionales, mantener control estatal sobre sectores clave de la economía.
La proyección internacional de China y Vietnam, así como el liderazgo geopolítico soviético durante la Guerra Fría, representan ejemplos históricos de
Estados que ejercieron influencia global sin replicar las lógicas extractivas del colonialismo occidental. La URSS apoyó movimientos de descolonización en África y Asia, proporcionando asistencia técnica y militar a procesos de liberación nacional que las potencias occidentales combatían violentamente. China y Vietnam han construido redes de cooperación Sur-Sur que ofrecen alternativas a la dependencia de instituciones controladas por Occidente.
Esta autonomía estratégica es precisamente lo que el orden liberal no tolera. La autodeterminación socialista no amenaza mediante invasiones sino mediante su mera existencia: demuestra que son posibles trayectorias de desarrollo que no requieren subordinación a capitales extranjeros ni aceptación de recetas neoliberales.
El desdén imperial por la voluntad popular
Frente a estos procesos de autodeterminación, el imperialismo contemporáneo ha mostrado indiferencia sistemática hacia la voluntad de los pueblos que eligen sistemas socialistas. Desde intervenciones militares directas hasta bloqueos económicos que asfixian poblaciones enteras, pasando por campañas mediáticas de deslegitimación y financiamiento encubierto de oposiciones, las potencias occidentales han buscado imponer modelos políticos mediante presión externa mientras invocan retóricamente la libertad y la democracia.
El bloqueo estadounidense contra Cuba, mantenido durante más de seis décadas a
pesar de condenas anuales de la Asamblea General de la ONU, castiga a una población por sostener un sistema que Washington desaprueba. Las sanciones contra Venezuela, que organismos de derechos humanos han documentado como causantes de miles de muertes por restricción de acceso a medicamentos y alimentos, constituyen guerra económica disfrazada de política exterior democrática. Nicaragua enfrenta aislamiento financiero por negarse a alinear su política exterior con intereses de Washington.
Este patrón revela una contradicción fundamental: las democracias liberales proclaman defender la autodeterminación pero la atacan sistemáticamente cuando los pueblos eligen caminos que contravienen intereses geopolíticos
occidentales. La libertad que promueven es condicional: válida solo si conduce a gobiernos funcionales a sus estrategias de dominación.
¿Autodeterminación o subordinación elegante?
La autodeterminación no es lujo diplomático sino derecho fundamental de los pueblos a decidir sus destinos sin injerencia externa. Los Estados que han optado por sistemas socialistas, con sus innegables contradicciones y errores, merecen ser comprendidos desde sus contextos históricos específicos, no desde la arrogancia de quienes se asumen árbitros universales de la legitimidad política.
Las críticas al autoritarismo en regímenes
socialistas son válidas y necesarias. Pero resultan profundamente hipócritas cuando provienen de Estados que bombardean países, imponen gobiernos mediante golpes de Estado, mantienen alianzas con dictaduras funcionales a sus intereses y castigan económicamente a poblaciones por decisiones de sus gobiernos. La pregunta central no es si los sistemas socialistas son perfectos, sino si los pueblos tienen derecho a construirlos sin enfrentar sabotaje sistemático de potencias que proclaman defender la libertad mientras la niegan a quienes la ejercen en direcciones incómodas.
El socialismo real ha cometido errores históricos graves, desde represiones políticas hasta ineficiencias económicas que causaron sufrimiento. Pero también ha demostrado capacidad para redistribuir
poder, generar movilidad social masiva y defender soberanía frente a presiones imperiales. Juzgar estos sistemas exclusivamente por sus fracasos mientras se ignoran los del capitalismo liberal, que ha generado desigualdad extrema, colonialismo genocida y crisis climática, no es análisis riguroso sino propaganda ideológica.
Quizás el debate no debería ser socialismo versus capitalismo, sino qué condiciones permiten a los pueblos construir sus propios modelos sin interferencia externa. Porque la verdadera amenaza a la libertad no proviene de quienes eligen caminos distintos, sino de quienes pretenden que solo existe una forma legítima de organizarse políticamente y castigan toda desviación de ese mandato imperial.