
Los conceptos emitidos en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor
Por Iscander Santana
Zürich, Suiza
China ha dejado de ser actor emergente para convertirse en arquitecto del nuevo orden global. La pregunta no es si será potencia dominante, sino qué tipo de mundo construirá y cómo responderán las civilizaciones que asumieron su centralidad como
permanente.
Medio siglo de transformación acelerada
Desde Deng Xiaoping en 1978 hasta Xi Jinping, China transitó de la pobreza masiva a segunda economía planetaria. Sacó a más de 800 millones de personas de la pobreza extrema. Su PIB creció de 150,000 millones de dólares a más de 17 billones. Es primer socio comercial de más de 120
países, genera más patentes anuales que cualquier nación y desplegó estación espacial propia, redes 5G e inteligencia artificial que rivalizan con Occidente.
Lo relevante: esto no fue occidentalización sino emergencia de un modelo alternativo. Capitalismo de Estado que combina mercados con planificación centralizada, autoritarismo digital mediante vigilancia masiva,
confucianismo reeditado y narrativa de «resurgimiento nacional». China no se globaliza en términos occidentales: reconfigura la globalización según sus intereses.
El mundo en 2075: multipolaridad sin hegemonía única
El mundo unipolar ha muerto. China liderará arquitecturas alternativas: redes financieras
que compiten con el FMI, alianzas como BRICS+ que integran un tercio de la población mundial, y corredores de infraestructura con inversiones que superan el Plan Marshall.
Económicamente será potencia automatizada entre las dos mayores, pero enfrentará su talón de Aquiles demográfico: 400 millones de mayores de 65 años para 2075, un tercio de su población,
generando presiones fiscales masivas.
Militarmente dominará Asia-Pacífico mediante negación de acceso, guerra asimétrica y disuasión tecnológica con armas hipersónicas. Culturalmente exportará cine, literatura y mandarín rivalizando con el predominio anglosajón, mientras perfecciona vigilancia mediante algoritmos que predicen y reorientan
disidencia antes de materializarse.
Competencia permanente
Occidente asumió que integrar a China la transformaría en democracia de mercado. En cambio, el orden global se bifurcó con instituciones paralelas y narrativas alternativas.
Hacia 2075 Estados Unidos, China, India y otros polos
convivirán en competencia permanente sin hegemonía única. Competirán por estándares tecnológicos, recursos críticos, influencia sobre el Sur Global y legitimidad sobre qué constituye progreso. China no será la única superpotencia, pero representará algo distinto: una civilización que no compite por liderar según reglas ajenas, sino por redefinir las reglas del orden global.
El desafío: coexistir sin subordinación
El ascenso chino plantea a Occidente una pregunta incómoda: ¿puede tolerar un orden donde no define unilateralmente términos de legitimidad? China demuestra que existen trayectorias alternativas hacia desarrollo sin adoptar pluralismo político liberal.
Esto no implica superioridad
moral. Sus limitaciones son evidentes: autoritarismo que reprime libertades, vigilancia que anula privacidad y represión étnica en Xinjiang y Tíbet. Pero tampoco puede descartarse como insostenible.
China 2075 será sociedad compleja: envejecida pero innovadora, autoritaria pero dinámica, nacionalista pero interconectada. Habrá demostrado que la historia no tiene destino único. El desafío
no es detener su ascenso, sino aprender a coexistir donde ninguna civilización puede subordinar a las demás sin generar conflictos que amenacen la supervivencia colectiva.