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Por Pablo Vicente
Causa profunda consternación escuchar a un académico de la talla de Iván Gatón referirse a Isabel la Católica como “precursora de la modernidad” y defensora de grandes “aportes a la historia”, como recoge n.com.do. No se trata de una simple apreciación histórica: sus palabras reivindican, de forma peligrosa, un proceso marcado por el exterminio, la esclavitud y el despojo de pueblos originarios.
Resulta inquietante que en pleno siglo XXI se insista en llamar “legado” a lo que en verdad fue genocidio. Presentar la conquista como avance o civilización, sin reconocer su costo humano y moral, equivale a justificar la barbarie bajo el disfraz del progreso.
No estamos ante un error de interpretación, sino ante una narrativa que convierte el crimen en virtud. Llamar “precursora de la modernidad” a una figura asociada con la expulsión de pueblos enteros y la imposición de la fe por la espada es ignorar deliberadamente la herida que esa historia aún deja abierta en América y en el mundo.
En su libro Las venas abiertas de América Latina, el escritor uruguayo Eduardo Galeano expresó: “Vinieron. Ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: ‘Cierren los ojos y recen’. Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la Biblia”.
Esta frase resume con crudeza el proceso de despojo y sometimiento que sufrió el continente. Es una metáfora que denuncia cómo, bajo el pretexto de la evangelización, se despojaron a los pueblos originarios de su identidad, su territorio y su dignidad.
Los medios de comunicación tienen la responsabilidad de no amplificar sin contexto ese tipo de planteamientos. Celebrar a los conquistadores sin reconocer la barbarie que desataron es, en los hechos, una forma de reivindicar el genocidio y de negar la dignidad de las víctimas.
La historia no necesita nuevas voces que glorifiquen el poder, sino miradas que se atrevan a llamarlo por su nombre. Mientras sigamos confundiendo civilización con conquista y progreso con sometimiento, seguiremos repitiendo los errores que nos negamos a ver. Recordar no es un acto de resentimiento, sino una obligación ética frente a la verdad.