
Por Iscander Santana
Zürich, Suiza
In memoriam: Rachanny Santana
Hoy no quiero hablar de los problemas geopolíticos que nos agobian ni de conflictos sin solución. No quiero informar de provocaciones imperialistas ni exponer líderes ingratos con su doble moral. Hoy no quiero hablar de guerras con muertes anónimas que se pierden entre las páginas de un periódico.
Quiero hablar de una pérdida más cercana, una con nombre y apellidos: Rachanny Santana, mi querida e inolvidable compañera de juegos de infancia, hermana como pocas, hija como ninguna. Un ser humano extraordinario que en la tierra funcionó como un ángel y ahora ha partido como pluma flotante hacia los valles dorados de la morada de nuestro señor Dios.
Los seis pilares de doña Mirna Éramos seis hermanos muy unidos: tres hombres y tres mujeres. Nuestra madre, doña Mirna, trató siempre de inculcar en nosotros honestidad, disciplina, respeto y espíritu social. Entre todos nosotros, Rachanny siempre fue la más adelantada. En sus ojos castaño oscuros—profundos como la tierra después de la lluvia, cálidos como el café que colaba cada mañana—brillaba esa certeza que solo tienen quienes saben que la bondad es la única revolución que vale la pena.
Pero la vida tenía otros planes. A los trece años de edad, un fatídico tumor cerebral truncó sus sueños y cambió el rumbo de su existencia.
El alma que no se rinde
Eso no cambió su actitud ante la vida. Al contrario. Rachanny nos enseñó lo que verdaderamente significa vivir a pesar de las dificultades. Se refugió en ser más colaboradora, más necesaria. Se convirtió en el alma de la casa, en ese centro alrededor del cual giraba la armonía del hogar.
Era la persona que mejor café colaba—ese café que sabía a consuelo en las mañanas difíciles—y la que coordinaba con maestría las tareas domésticas. Pasó de ser una estudiante sobresaliente a convertirse en la mano derecha indispensable en las labores de la casa. Y lo hizo sin amargura, sin resentimiento, con una gracia que desafiaba la injusticia de su destino.
Como escribo en mi novela Sombra en la Mecedora: «En Aguaverde, donde las leyes de la física ceden ante las leyes del corazón, todo es posible.» Rachanny demostró que cuando el corazón es lo suficientemente fuerte, las circunstancias adversas son solo tsunamis temporales que revelan la solidez de los cimientos del alma. Ella eligió ser más grande que su tragedia, eligió el amor sobre la amargura, eligió dar luz incluso cuando la oscuridad la rodeaba.
Los oficios del corazón
No hay títulos universitarios para lo que Rachanny hizo. No hay medallas para quienes sostienen el mundo desde la quietud del hogar. Pero sus manos encontraron su verdadera vocación en lo simple: preparar el desayuno como quien prepara un sacramento, doblar la ropa como quien dobla plegarias, limpiar la casa como quien limpia templos.
Su verdadero don no estaba en lo que hacía, sino en cómo lo hacía. Había en cada uno de sus gestos una presencia plena que transformaba las tareas más mundanas en actos de gracia. Nos enseñó que la grandeza no se mide en títulos o logros profesionales, sino en la capacidad de dar luz incluso cuando la oscuridad nos rodea.
Hasta luego, hermana del alma
Hoy, hermana mía, mientras te elevas como pluma flotante hacia esos valles dorados, mientras el último invierno de tu vida terrena se convierte en la primera primavera de tu vida eterna, llevás contigo nuestra gratitud infinita.
Nos enseñaste a vivir cuando todo nos decía que era tiempo de rendirnos. Nos enseñaste a amar cuando habría sido más fácil odiar. Tu café ya no se colará en esta casa, pero tu espíritu permanecerá para siempre en cada gesto de amor que aprendimos de ti.
Esto no es un adiós, Rachanny. Las despedidas son apenas hasta luegos. Cuando llegue mi hora, cuando mis propios inviernos vayan a residir en las estrellas, encontraré una mecedora esperándome, y estarás ahí, colando el mejor café del universo, lista para continuar la conversación que la muerte solo pausó, nunca terminó.
Descansa en paz, ángel nuestro. Hasta que nos volvamos a encontrar, hermana. Hasta que el último invierno resida en una estrella y podamos sentarnos juntos en una mecedora hecha de luz, a conversar de todo lo que dejamos pendiente.
Tu hermano que te llora y te celebra, que te despide y te espera, que te pierde en la tierra y te encuentra en el cielo
Rachanny Santana
Hija ejemplar, hermana incomparable,
alma luminosa
Que nos enseñó que el amor verdadero
se susurra en cada café colado,
en cada tarea compartida,
en cada mañana en que elegimos ser mejores
porque ella nos enseñó cómo.




