
Por Dr. Ramón Ceballo
Reconocer que la salud mental forma parte de la salud integral es el primer paso para romper prejuicios y construir una sociedad más comprensiva y solidaria. Como sociedad debemos aprender a hablar abierta y responsablemente sobre la salud mental. La salud mental continúa siendo una de las grandes deudas sociales en la República Dominicana.
Detectar signos de alerta no solo evita que los problemas se agraven, sino que también ayuda a romper el silencio que sufren muchas familias dominicanas.
La salud mental no es un asunto individual: es un desafío colectivo que merece atención, recursos y humanidad
En miles de hogares dominicanos, el sufrimiento emocional suele camuflarse bajo etiquetas como “mal carácter”, cansancio crónico o simple estrés. Mientras tanto, las señales de alerta se acumulan en silencio hasta que la crisis irrumpe de forma abrupta.
Hablar de salud mental y reconocer sus primeros síntomas ya no es una opción secundaria, es una urgencia social y sanitaria que puede salvar vidas.
La salud mental es un componente esencial del bienestar humano, pero en la República Dominicana continúa siendo un tema poco comprendido y, en muchos casos, estigmatizado. Sin embargo, los datos son claros y contundentes, aproximadamente uno de cada cinco dominicanos padece algún trastorno mental.
Entre los más frecuentes se encuentran los trastornos de ansiedad, la depresión, el estrés postraumático, el trastorno bipolar y la esquizofrenia. Esta realidad atraviesa hogares, escuelas, espacios laborales y comunidades enteras, afectando no solo a quienes la padecen, sino también a sus familias y entornos cercanos.
La familia constituye la primera línea de alerta. En la mayoría de los casos, los trastornos mentales no aparecen de manera repentina, sino que se manifiestan de forma gradual. Cambios sutiles en el comportamiento, en la manera de relacionarse o en el estado emocional suelen ser las primeras señales de que algo no anda bien. Ignorarlas o minimizarlas puede retrasar la búsqueda de ayuda y agravar el cuadro clínico.
Existen señales de alerta que no deben pasarse por alto. Cambios persistentes en el estado de ánimo, como una tristeza que no cede, irritabilidad constante o ansiedad excesiva sin una causa aparente, pueden indicar un malestar emocional profundo. A ello se suman alteraciones en la conducta, entre ellas el aislamiento social, la pérdida de interés por actividades antes placenteras, el descuido de la higiene personal o la adopción de comportamientos riesgosos.
Asimismo, las expresiones reiteradas de desesperanza, inutilidad o falta de deseos de vivir constituyen señales claras de depresión u otros trastornos graves que requieren atención profesional inmediata.
En la República Dominicana, cerca del 60 % de los suicidios están vinculados a la depresión u otros problemas de salud mental, según datos oficiales. Esta cifra, por sí sola, debería bastar para colocar el tema en el centro del debate público. Los cambios en el sueño y el apetito son otra señal relevante, dormir en exceso o padecer insomnio persistente, así como variaciones marcadas en el peso corporal, suelen acompañar a los trastornos mentales más comunes.
A esto se añaden las dificultades para desenvolverse en la vida cotidiana, que se reflejan en bajo rendimiento laboral o académico, problemas de concentración e incapacidad para tomar decisiones simples.
Los problemas de salud mental tienen, además, un impacto local y estructural. Los indicadores muestran que los trastornos de ansiedad y depresión representan una parte significativa de la carga de enfermedad en la población dominicana, con especial incidencia en el grupo de 15 a 49 años, el más activo desde el punto de vista social y productivo.
En los últimos años, los servicios de salud han registrado un aumento sostenido de atenciones por crisis de ansiedad y depresión, lo que confirma una demanda creciente de apoyo psicológico y psiquiátrico.
Esta realidad contrasta con las limitaciones del sistema de salud. El acceso a especialistas sigue siendo insuficiente, los servicios están concentrados en zonas urbanas y la inversión pública en salud mental no alcanza siquiera el 1 % del presupuesto sanitario, muy por debajo de las recomendaciones internacionales. Esta brecha entre la magnitud del problema y la capacidad de respuesta del Estado deja a miles de personas sin atención oportuna.
Hay señales que requieren intervención inmediata. Cuando una persona habla de quitarse la vida, de hacerse daño o muestra conductas violentas, no se trata de “exageraciones” ni de llamados de atención, son expresiones de una crisis que exige ayuda profesional urgente.
La familia y el entorno cercano pueden marcar la diferencia si observan sin juzgar, escuchan con empatía y acompañan la búsqueda de atención especializada.
La salud mental no puede seguir siendo un tema postergado. Reconocer las señales tempranas, romper el estigma y fortalecer la respuesta institucional es una responsabilidad compartida. Atender la salud mental a tiempo no solo salva vidas, sino que preserva la dignidad, la cohesión familiar y el bienestar colectivo.







