
Hoy desperté pensando cómo habría sido el mundo, la humanidad, si Jesús no hubiera nacido. Si su mensaje de amor por encima de todas las cosas nunca hubiera existido.
¿Acaso la ferocidad de las guerras, el vicio de poder y control, la codicia estúpida y la discriminación entre unos y otros habrían arropado por completo a individuos, familias, tribus, pueblos, naciones?

También medité sobre una palabra clave para estas Navidades. Pensé en amor, amistad, salud, claridad, fe, esperanza, alegría, bienaventuranzas, creación, resurrección, lucidez, justicia. Son las que pronunciamos en estos días, un poco con el alma en vilo, un tanto con la intensidad de los afectos reconfortantes. Queremos lo mejor, sin dudas, para nosotros, nuestros familiares, nuestros amigos.
Siento gratitud por los deseos de felicidad y venturas que recibo. De mi parte, quise regalar una imagen y una sola palabra, para que ustedes la iluminen desde dentro.
Una mujer, un hombre, un niño, una niña, todo humano, necesitan paz para desenvolverse, emprender sus labores, cultivar relaciones, cimentar su fe, buscar o definir su lugar en el mundo e inspirar de algún modo, en algún grado, a sus semejantes.
Un barrio, un pueblo, una nación, un continente, el planeta Tierra, precisan de paz para existir, para fundar, para cooperar, para celebrar como bien merecen.
Todo atentado a la paz es una amenaza a la existencia misma de la humanidad. Un antihumanismo que entraña también desprecio por la naturaleza. Daño y desdén por los principios de los que se nutren el cristianismo y otras religiones.
(El budismo considera como lo máximo hacer todo el bien que se pueda. «Y si no puedes, hacer el bien al menos no hagas mal»).






