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Por Iscander Santana
Zürich, Suiza
El Medio Oriente cierra el año en estado de combustión lenta, donde cada tregua es apenas un paréntesis y cada gesto diplomático convive con la sombra de una escalada mayor. Gaza sigue siendo epicentro de una tragedia humanitaria sin precedentes recientes, mientras Israel navega entre presiones externas, amenazas regionales y una crisis política interna que condiciona cada decisión estratégica. En paralelo, Irán consolida su influencia y mantiene a la región en vilo con su capacidad de proyectar poder más allá de sus fronteras.
Gaza: una tregua que no resuelve nada
La tregua vigente en Gaza ha reducido la intensidad del fuego pero no ha alterado la lógica del conflicto. Israel mantiene posiciones militares dentro del enclave, construyendo infraestructura que sugiere presencia prolongada más que retirada temporal. Hamas, por su parte, conserva capacidad operativa en zonas no controladas directamente por Israel, particularmente en el norte de la franja donde túneles y estructuras subterráneas permanecen intactas.
La población civil, más de 2 millones de personas, sigue atrapada entre ruinas con aproximadamente el 70% de las viviendas destruidas o severamente dañadas según estimaciones de la ONU, desplazamientos forzados que han obligado a cientos de miles a moverse repetidamente entre zonas supuestamente seguras, y un invierno que agrava la emergencia humanitaria con escasez de combustible, agua potable y medicamentos.
La tregua funciona como mecanismo táctico que permite negociaciones sobre rehenes israelíes aún en cautiverio, reduce la presión internacional sobre Israel y da margen a las partes para reorganizarse militarmente. Pero no ofrece una salida política, ni aborda las causas estructurales del conflicto que incluyen bloqueo de Gaza desde 2007, ocupación de Cisjordania y ausencia de horizonte político para un Estado palestino viable.
Irán: el actor silencioso que condiciona todo
Mientras Gaza ocupa los titulares, Irán mueve piezas con paciencia estratégica que inquieta a Israel y sus aliados regionales. Sus ejercicios con misiles balísticos capaces de alcanzar objetivos a más de 2,000 kilómetros, su apoyo material y logístico a actores armados en Líbano mediante Hezbollah, en Siria donde mantiene presencia militar, y en Yemen donde los hutíes controlan territorios estratégicos, forman parte de un tablero geopolítico más amplio.
Además, su creciente cooperación con potencias como China en áreas comerciales y Rusia en asuntos militares reconfigura alianzas regionales de forma que reduce la efectividad de sanciones occidentales. Israel, consciente de esta amenaza multidimensional, se prepara para escenarios de escalada que podrían incluir ataques preventivos contra infraestructura nuclear iraní, incluso si Estados Unidos considera públicamente que un ataque iraní directo no es inminente.
La región vive así en equilibrio precario donde cualquier error de cálculo, desde un ataque mal atribuido hasta una respuesta desproporcionada, podría desencadenar un conflicto de mayor escala que involucre a múltiples actores estatales y no estatales simultáneamente.
Netanyahu: liderazgo bajo sospecha judicial
En este contexto, la figura de Benjamin Netanyahu se vuelve inevitable para entender la dinámica israelí. Su gobierno enfrenta procesos judiciales por corrupción, fraude y abuso de confianza que han polarizado profundamente a la sociedad israelí y debilitado la confianza en instituciones democráticas. Los casos incluyen acusaciones de aceptar regalos lujosos de magnates a cambio de favores regulatorios y de negociar cobertura mediática favorable mediante presión sobre empresarios.
Algunos analistas sostienen que un clima de conflicto permanente fortalece su posición política al proyectarlo como líder indispensable en tiempos de amenaza existencial. Otros señalan que la coalición que lo sostiene, una alianza de partidos ultranacionalistas como Poder Judío y religiosos ultraortodoxos, tiene incentivos ideológicos para mantener postura de confrontación que impida concesiones territoriales o políticas hacia palestinos.
Lo verificable mediante datos objetivos es que la guerra altera la agenda interna de forma predecible. Ralentiza procesos judiciales mediante argumentos de seguridad nacional, desplaza el debate público de corrupción hacia seguridad, y refuerza la centralidad del ejecutivo en detrimento de contrapesos parlamentarios y judiciales. En un país donde seguridad y política están entrelazadas estructuralmente desde su fundación, esta dinámica no es menor sino determinante.
Manifestaciones masivas que reunieron a cientos de miles de israelíes en 2023 contra la reforma judicial propuesta por Netanyahu se desvanecieron tras el ataque de Hamas el 7 de octubre, reemplazadas por unidad nacional forzada que beneficia políticamente al primer ministro. Esta transformación ilustra cómo el conflicto externo puede funcionar, intencionalmente o no, como mecanismo de consolidación política interna.
Un Medio Oriente atrapado entre inercia y reconfiguración
La región se mueve entre dos fuerzas opuestas. Por un lado, la inercia de décadas de conflicto que reproduce ciclos de violencia, desconfianza mutua y soluciones militares a problemas políticos. Por otro, la presión de un mundo multipolar donde potencias globales como Estados Unidos, China y Rusia, junto con actores regionales como Turquía, Arabia Saudita e Irán, buscan influencia en un tablero cada vez más fragmentado.
Los Acuerdos de Abraham que normalizaron relaciones entre Israel y varios Estados árabes ofrecieron brevemente una narrativa de paz mediante pragmatismo económico, pero colapsaron ante la realidad de que ninguna estabilidad regional es sostenible sin resolver la cuestión palestina. Gaza, Irán e Israel no son episodios aislados sino expresiones de un sistema regional que se recalibra mientras intenta sobrevivir a sus propias contradicciones estructurales.
La pregunta no es si habrá nuevos episodios de violencia, los habrá inevitablemente. La pregunta es si algún actor regional o internacional tiene la capacidad y la voluntad de romper el ciclo mediante iniciativas diplomáticas que aborden causas en lugar de síntomas. Hasta ahora, la respuesta ha sido consistentemente negativa, y cada tregua solo prepara el terreno para la próxima escalada en una región donde la combustión lenta puede convertirse en incendio total con alarmante facilidad.







