Por Miguel SOLANO
Puedo decirte que ni el Quijote la supera. No hay cosa que se preocupe más que una vaga. Ahora ellas andan, errantes, en los centros comerciales. Van de tiendas en tiendas sin tener en la mente una compra determinada.
Yo asimilo el fenómeno porque mi mama siempre me decía, mi hijo:
— Mente vacía oficina del Diablo.
Como su pensar anda sinvergüenza y carece de domicilio fijo, el presidente ha decidido aprovechar las
descaradas. Y se ha ganado y ha conseguido el respaldo absoluto de todas las vagas. El propósito del plan es unificar a todas ellas con los muy ocupados vagos quisqueyanos. Cada vez que uno o una me pasa por el lado, aunque yo le salga huyendo, me detienen y me dicen:
—Oh… ¡pero ven acá…! Nosotros no podemos tirarnos esa gente arriba. No hay solución dominicana pa’ tanto llanto.
Yo le pregunto, muy al oído, ¿tienes visa?
— Pues claro
Siento que ella espera la razón de mi pregunta y, hablando para que solo ella me escuche, con dificultad,
claro, se la doy:
— Solo New York nos salva.
Me quedo contemplándola y sé que ella entiende lo que le estoy diciendo, que lo piensa:
— Conozco de los grandes esfuerzos que durante el día y la noche tu realizas. Vagar hasta que el sueño llegue no es contemplar un arcoíris.
En ese momento me doy cuenta de que ella ya ha terminado de procesar su interpretación del momento y yo aprovecho para ponérsela cómoda:
— Sobre todo cuando el aire acondicionado del Mall es un complemento al consumo y siempre aparece alguien con el sobrante para pagar una tasa de café.
Como la gran tarea de las vagas es jugar al momento con habilidad y ganarse la humeante es siempre una tarea diplomática, actúa:
— Es verdad que ellos lo que hacen es trabajar, pero es que son muchos. Es bueno tener el negro dentro, pero yo le temo a las penumbras de mi cuarto.
Como yo no estoy dispuesto a compartir el aroma, empiezo a darles cifras, números claros y confusos.
Muestro ejemplos y me doy el lujo de endurecer mi discurso:
— Amada mía, de acuerdo con los que nunca mienten, con los traídos del Cielo, con los divinos hijos de Dios matemático, con los números, ellos son los que te están manteniendo a ti.
Hace un “te creo pero no me importa” y eso me incomoda:
— Además, ellos no pidieron ser traídos. ¿Sabéis cómo los trajeron? Secuestrados, amarrados, encañonados…
La vaga frunce el ceño, pone esa expresión facial que sirve para indicar desagrado o desaprobación y lo hace como queriendo decir que eso no es posible. Maldita sea, me obliga recurrir a la mentirosa, a la que todos refutan, a la que todos les quitan y les ponen:
— Nicolás de Ovando los trajo en 1502. Y fueron esas negras que al quedar embarazadas del europeo parieron a lo que hoy se conoce como el dominicano. Así que cuando tú las odia estás odiando a tu madre.
La vaga luce una molestia preocupante, como que me esta obligando a pagarle el bendito café y yo, para evitar el embrujo, me propongo ablandarle un poco los latidos.
—¿Sabes cómo las empreñaban? Violándolas. Las violaban y luego las abandonaban con todo y el hijo. Así que si los europeos no hubiesen violado a las africanas, los dominicanos no existieran. ¿Comprendes? ¿Te imaginas el escenario?
La vaga se endereza un poco, para los pechos, juega con sus cabellos y se los huele. Pasarse las manos por los labios, estén pintados o no, es mandatorio. Piensa, reflexiona, dice palabras muertas. La vaga tiene tiempo para esas cosas.
—El presidente nunca ha dado esos detalles, no es mi culpa. El presidente me jodió con ese pensamiento
autorregulado. ¿O yo soy la Gioconda?
La vaga sabe que no está dispuesta a trabajar, ese no es su mundo, no piensa despojar de esa noble oportunidad a los necesitados. Entonces, se vuelve conciliadora, muestra su lado cristiano y expresa su auténtico sentir, siempre maniobrando la falsa inteligente:
— O sea que ahora no hay silencio negro ni llanto blanco.
Si es así: entonces que no se vayan que donde come uno comen dos.