
China está desarrollando nuevos servicios de cuidado infantil para aumentar las tasas de natalidad y abordar una incipiente crisis demográfica que augura un negro futuro para muchos países, incluyendo España
La maquinaria legislativa de Pekín ha comenzado a moverse para parar la incipiente crisis demográfica del país antes de que sea demasiado tarde. Para un gobierno que durante décadas gestionó la población como quien gestiona un inventario industrial, esto representa un giro copernicano. Hace tan sólo nueve años que el país asiático subió el límite de nacimientos por pareja de uno a dos.
Ahora quieren más. Su objetivo, aseguran, es «construir una sociedad favorable a la fertilidad», un eufemismo técnico para describir la lucha a contrarreloj contra un declive demográfico que amenaza con estrangular la segunda economía más grande del mundo.
La realidad numérica es implacable. El año pasado, la población de China se contrajo en 1,39 millones de personas, quedando en 1.408 millones, mientras que las muertes superaban a los nacimientos a pesar de un leve repunte temporal atribuido al «auspicioso» Año del Dragón. Más alarmante aún es el colapso en el número de matrimonios: en 2024 solo se registraron 6,1 millones de nuevas uniones, la cifra más baja desde 1980 y un descenso del 20,5% respecto al año anterior. Como los matrimonios en China son el «indicador adelantado» de los nacimientos, el mensaje es claro: el futuro se está encogiendo.
Ingeniería inversa social
Para frenar esta sangría, el gobierno está intentando rediseñar la estructura de costes de la crianza mediante decretos y subsidios. Ahora el gobierno ha lanzado una nueva ley de cuidados infantiles que pretende estandarizar los servicios de guardería y reducir sus precios, atacando directamente lo que el demógrafo independiente He Yafu identifica como el principal disuasivo para las parejas jóvenes: «Los altos costes y el escaso acceso a un cuidado infantil de alta calidad». La ansiedad financiera de las familias con doble ingreso se ha convertido en el nuevo enemigo del Estado, y la respuesta es un intento de ingeniería inversa social: si antes el Estado prohibía tener hijos, ahora quiere pagar por ellos.
El plan incluye medidas de estímulo económico directo que habrían sido impensables hace una década. En julio, Pekín lanzó su movimiento más audaz desde que permitió tener tres hijos en 2021: una política nacional de subsidios que ofrece hasta 10.800 yuanes (unos 1.534 dólares) anuales por cada niño menor de tres años. Además, las autoridades centrales se han comprometido a ampliar la cobertura del seguro en 2026 para cubrir «totalmente» todos los gastos de bolsillo relacionados con el parto. Es una estrategia de fuerza bruta financiera diseñada para, en palabras de la agencia oficial Xinhua, «mejorar la calidad de la población».
Sin embargo, los expertos advierten que el dinero por sí solo no puede arreglar un problema que es tanto cultural como económico. He Yafu, aunque reconoce que la expansión de servicios asequibles «ayudaría a aliviar la ansiedad», advierte que «la legislación por sí sola no será suficiente». El demógrafo predice que, a pesar de las nuevas leyes y el aumento de matrimonios en 2025, el número de nacimientos caerá de nuevo este año. La razón es estructural: el número de mujeres en edad fértil se está reduciendo, y las «intenciones de fertilidad» siguen siendo flojas. Revertir esta tendencia requiere algo más que cheques; requiere un cambio en la psicología nacional que las leyes no pueden dictar.
El fantasma del hijo único
La ironía cruel de esta crisis es que es el resultado directo de la planificación centralizada del pasado. La política del hijo único, introducida en 1980, fue una intervención brutal diseñada para frenar el crecimiento poblacional mediante multas, pérdida de empleo y, en casos extremos, abortos y esterilizaciones forzadas. El gobierno trató la demografía como una variable mecánica, ignorando las consecuencias humanas a largo plazo. Aunque hubo excepciones para minorías étnicas y familias rurales, la norma moldeó la estructura social de China durante más de tres décadas.
El desmantelamiento de este sistema fue lento y doloroso. En 2013 se permitió un segundo hijo si uno de los padres era hijo único; en 2016 se pasó a una política universal de dos hijos; y finalmente, en mayo de 2021, se permitió tener tres hijos tras comprobar que las tasas de natalidad seguían sin repuntar. Cada relajación fue una admisión tácita de que el control estatal había ido demasiado lejos, creando problemas no intencionados como una fuerza laboral menguante, una población rápidamente envejecida y un severo desequilibrio de género.
Hoy, el gobierno chino intenta desesperadamente borrar los efectos de su férreo control reproductivo, pero el legado de esas décadas de restricción pesa como una losa. La sociedad china se ha adaptado a la estructura familiar pequeña, y los nuevos factores socioeconómicos han tomado el relevo de las prohibiciones estatales. La maquinaria que una vez fue experta en impedir nacimientos se encuentra ahora, paradójicamente, incapaz de producirlos. China está aprendiendo por las malas que la demografía, a diferencia de sus fábricas, no se puede encender y apagar con un interruptor.
Fuente EL CONFIDENCIAL







