La reelección de Luis Abinader premia el éxito económico, pero deberá enfrentarse a la perenne desigualdad y la crisis haitiana
Luis Abinader obtuvo un triunfo rotundo en las elecciones de República Dominicana, revalidando en primera vuelta el cargo de presidente con el 57% de los votos. El líder del Partido Revolucionario Moderno (PRM), que se atribuye una vocación “democrática, liberal y progresista”, consiguió en las urnas una amplia legitimidad para su programa. El mandatario mostró, además, su disposición a formar un Gobierno de consenso y convocó a la oposición, encabezada por el expresidente Leonel Fernández, a un pacto de Estado que abarque las principales urgencias del país, empezando por la economía.
El crecimiento económico es precisamente una de las razones de la popularidad de Abinader. Los dominicanos reconocen al Ejecutivo una buena gestión de la pandemia y la capacidad para que el principal sector productivo, el turismo, despegara de nuevo tras la emergencia sanitaria. La llegada de visitantes extranjeros dejó en 2023 unos 6.400 millones de euros y el país es hoy el noveno que más rápido crece en Latinoamérica y el Caribe. Sin embargo, los alentadores datos macroeconómicos no tienen una traducción inmediata en la vida de la inmensa mayoría de la población. República Dominicana aún afronta un importante problema de desigualdad, ya que el 1% controla el 42% de la riqueza y el salario mínimo, a pesar de dos recientes subidas, está por debajo de los 460 euros.
Otro eje crucial del nuevo Gobierno tendrá que ser la gestión de la gravísima crisis de Haití. La campaña electoral mostró, en prácticamente todo el espectro ideológico, un discurso de mano dura contra la migración procedente del país vecino. Uno de los factores de éxito del mandatario es, de hecho, el plan de deportaciones masivas y la construcción de una “verja perimetral inteligente”, de facto un muro, que comenzó en febrero de 2022 y que recorrerá casi 200 de los 391 kilómetros de frontera. Esa política rebaja los temores de parte de la población ante la llegada masiva de migrantes de un país sumido en el caos desde el asesinato del presidente Jovenel Moïse en 2021. Sin embargo, es un simple paliativo ante una crisis de enorme magnitud.
Ni República Dominicana puede vivir permanentemente blindada ni puede quedarse sola ante el desgobierno de Puerto Príncipe, donde las bandas criminales pusieron en jaque a las autoridades y dominan de facto en algunas zonas del país. Abinader ha pedido ayuda en repetidas ocasiones a la comunidad internacional. Lo hizo en la Cumbre Iberoamericana celebrada el año pasado y, más recientemente, en la ONU, donde solicitó una intervención que contribuya a resolver la crisis. El drama humanitario y migratorio de Haití requiere de una respuesta coordinada de la región, EEUU y los organismos multilaterales. La mera represión no servirá de mucho cuando al otro lado de la frontera está, sumido en un caos violento, el país más pobre de América.
Fuente El País