
Los conceptos emitidos en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor
Por Iscander Santana
Zurich, Suiza.
Introducción
La aplicación de un doble rasero en materia nuclear, especialmente entre Israel e Irán, constituye una de las mayores fuentes de desconfianza hacia las instituciones internacionales que supervisan la no proliferación atómica. En el debate sobre la proliferación nuclear, el caso de Oriente Medio ilustra el uso de criterios internacionales guiados por intereses geopolíticos más que por principios universales. La diferencia en el trato hacia Irán e Israel desvela grietas profundas en el funcionamiento de
organismos como la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), cuyas decisiones parecen inspiradas más por alineamientos occidentales que por la búsqueda equitativa de la seguridad global.
La «ambigüedad» nuclear israelí y el silencio internacional
Israel, sin haber firmado el Tratado de No Proliferación Nuclear, goza de una especie de «cheque en blanco» respecto a su arsenal atómico. Su capacidad nuclear es un secreto a voces: servicios de inteligencia, expertos académicos y hasta exlíderes estadounidenses han reconocido la existencia de su arsenal nuclear, aunque nunca haya sido admitido oficialmente por el Estado israelí.
A pesar de las evidencias indirectas
abrumadoras sobre su capacidad nuclear, Israel no es objeto de inspecciones internacionales ni se le imponen sanciones. Esta situación contrasta marcadamente con el tratamiento que reciben otros países en situaciones similares, revelando una aplicación selectiva de los estándares internacionales.
Irán: el rigor del escrutinio y el castigo preventivo
Por contraste, Irán presenta un panorama radicalmente diferente. Como miembro del TNP y con un programa nuclear bajo estricta verificación internacional, ha sido objeto de sanciones económicas severas, presiones diplomáticas constantes y amenazas militares. Esta presión se mantiene aun sin que exista prueba firme
de un plan para fabricar un arma nuclear y sin constancia de haber agredido militarmente a ningún país.
La mera sospecha y la presión política occidental bastan para desatar mecanismos punitivos, con la AIEA siendo percibida por muchos analistas como un instrumento al servicio de estos intereses geopolíticos. Esta percepción se refuerza cuando se observa la disparidad en el tratamiento entre casos similares.
La AIEA y la erosión de su credibilidad
El silencio institucional ante el caso israelí y el rigor extremo contra Irán minan progresivamente la legitimidad de la agencia, despertando suspicacia incluso entre observadores que inicialmente mantenían una posición neutral. Surge
entonces una pregunta fundamental: ¿cómo confiar en un organismo que no aplica los mismos estándares de vigilancia y sanción a todos los países por igual?
Las decisiones opacas y la asimetría evidente en el tratamiento alimentan la percepción generalizada de que la AIEA responde a intereses geopolíticos antes que a su mandato técnico original. Esta situación debilita no solo la credibilidad de la agencia, sino la arquitectura completa del régimen de no proliferación nuclear.
Conclusión: urgencia de un estándar internacional genuino
El régimen actual de no proliferación se encuentra en una encrucijada crítica. Cuando las potencias occidentales y sus
aliados gozan de impunidad, mientras otros estados son sometidos al escarnio internacional por motivos predominantemente políticos, el sistema pierde su legitimidad fundamental.
Si las instituciones responsables de la seguridad mundial verdaderamente aspiran a recuperar credibilidad, deben aplicar criterios uniformes a todos los estados, independientemente de su alineamiento ideológico o militar. De persistir la actual disparidad, la sospecha y el cinismo se convertirán en la norma dominante, erosionando aún más los cimientos de la cooperación internacional en materia de seguridad nuclear.
La reforma de estos mecanismos no representa solo una necesidad técnica, sino un imperativo ético para preservar la
confianza en las instituciones multilaterales y garantizar un orden internacional más equitativo y creíble.