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Por Iscander Santana
Zürich, Suiza
Centroamérica y el Caribe vuelven a estar, en 2025, en el centro de una tormenta que no es solo meteorológica: elecciones disputadas en Honduras, tensión militar en Venezuela, colapso total en Haití y la puja sin cuartel entre Estados Unidos y China por el control estratégico de la región. El huracán es estructural, resultado de dos siglos de intervenciones que han convertido estos territorios en tablero de ajedrez de potencias que juegan con vidas ajenas.
Honduras: la injerencia que nunca se fue
Las elecciones hondureñas reviven los años ochenta, cuando el país fue base militar estadounidense contra Nicaragua. Hoy, el indulto presidencial de Trump a
Juan Orlando Hernández —condenado en Nueva York por narcotráfico y lavado— desnuda el doble estándar: se castiga al “narcoestado” venezolano mientras se perdona al aliado que permitió el paso de toneladas de cocaína hacia EE.UU. La lucha antidrogas es, claramente, un instrumento selectivo. Con instituciones frágiles, periodistas amenazados y creciente militarización, Honduras se acerca a un nuevo ciclo de violencia política bajo la excusa de la defensa democrática.
Venezuela: retórica antidrogas como coartada
Trump amenaza con bombardeos y despliega destructores en el Caribe contra el supuesto narcoestado venezolano, pero indulta al narco hondureño condenado por los mismos tribunales. Washington exige cambio de régimen en Caracas mientras
Chevron sigue extrayendo petróleo. El mensaje es idéntico: los principios son flexibles según convenga a la geopolítica.
Haití: la crisis que no interesa
Haití sufre un colapso más grave que Venezuela: bandas controlan el 80% de Puerto Príncipe, medio millón de personas han huido desde 2021 y casi la mitad de la población pasa hambre. Sin petróleo ni desafío geopolítico a EE.UU., recibe condolencias pero ni intervención militar ni campañas mediáticas. La “preocupación humanitaria” occidental es, pues, estrictamente condicional.
El tablero global
Estados Unidos reafirma hegemonía con discursos duros y gestos contradictorios; China avanza con puertos, energía y 5G sin condicionalidades políticas; Europa se limita a cooperación simbólica. Entre tanto, Guyana irrumpe como potencia
petrolera (más de 11.000 millones de barriles) y reaviva la disputa territorial con Venezuela por el Esequibo. La soberanía regional se erosiona no con invasiones abiertas, sino con presión económica, injerencia electoral y chantaje diplomático.
La región como tablero ajeno
Las crisis internas —pobreza, debilidad institucional, crimen organizado— existen, pero son reales y graves. Pero son sistemáticamente instrumentalizadas. La retórica antidrogas de Trump y el indulto a Hernández prueban que la lucha contra el narcotráfico se usa como arma política selectiva, no como política coherente.
Construir refugio
El huracán no pasará mientras la región siga ubicada en la zona de influencia estadounidense y sus recursos atraigan a potencias globales. La única salida es dejar de esperar que amaine y empezar a
construir estructuras propias: integración regional efectiva (CELAC sin tutelaje), cooperación Sur-Sur, defensa colectiva que disuada intervenciones y narrativas autónomas que desafíen la simplificación binaria de buenos y malos según dicte Washington o Pekín.
Porque mientras Centroamérica y el Caribe sigan fragmentados, dependientes y sin voz propia, seguirán siendo el ojo del huracán donde se libran guerras ajenas cuyos costos humanos siempre pagan ellos.







