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Por: Becker Márquez Bautista
Todo país traza una hoja de ruta para su desarrollo, una visión estratégica que evoluciona con el tiempo y las circunstancias. En la República Dominicana, si observamos las décadas de Trujillo y Balaguer, la agricultura se erigía como el motor principal de la economía, el sustento de una parte importante de la población y la base de las exportaciones. El turismo, si bien presente, se concebía fundamentalmente como una fuente de divisas complementaria, sin el protagonismo que adquiriría posteriormente.
Este modelo, centrado en la producción agrícola, tenía sus propias dinámicas y desafíos. Sin embargo, representabauna conexión más directa con los recursos naturales del país, generaba empleo en zonas rurales y, potencialmente, ofrecía una mayor seguridad alimentaria. La dependencia de los mercados internacionales era, en gran medida, para la colocación de los productos agrícolas.
Con el paso del tiempo, y bajo la influencia de tendencias globales y políticas económicas cambiantes, el turismo comenzó a ganar terreno en la estrategia de desarrollo la República Dominicana. Su capacidad para generar divisas rápidamente y crear empleos, especialmente en zonas costeras, lo convirtió en un sector atractivo para la inversión y la promoción estatal. Así, la balanza se fue inclinando, y el turismo masivo se consolidó como uno de los pilares fundamentales de la economía nacional.
Sin embargo, este giro hacia el turismo masivo no está exento de riesgos y plantea interrogantes sobre la sostenibilidad y la equidad del desarrollo a largo plazo. La «trampa del turismo masivo» se manifiesta en la potencial dependencia excesiva de un sector vulnerable a las fluctuaciones económicas globales, a las crisis sanitarias y a los cambios en las preferencias de los viajeros. Además, puede generar impactos ambientales significativos, presionar la infraestructura local y, en algunos casos, desplazar actividades económicas tradicionales como la agricultura.
La agricultura, a pesar de haber perdido protagonismo en términos de su contribución al PIB en comparación con el turismo, sigue siendo un sector estratégico para la República Dominicana. No solo garantiza el suministro de alimentos para la población local, sino que también tiene un potencial significativo para la generación de empleo, la diversificación económica y la reducción de la dependencia de las importaciones. Un sector agrícola robusto y moderno puede contribuir a un desarrollo más equilibrado y resiliente.
La cuestión fundamental radica en encontrar un equilibrio estratégico entre el turismo y la agricultura, reconociendo las fortalezas y debilidades de cada sector. ¿Es sostenible un modelo de desarrollo que dependa tan fuertemente del turismo masivo? ¿Se está invirtiendo lo suficiente en garantizar la agricultura y aprovechar su potencial para la seguridad alimentaria y la exportación de productos de valor agregado?
El desafío para la República Dominicana en el siglo XXI es diseñar un modelo de desarrollo que no caiga en la «trampa» de una dependencia excesiva del turismo masivo, sino que promueva una diversificación económica inteligente, donde la agricultura juegue un papel renovado y donde se gestionen de manera sostenible los recursos naturales. Aprender de las estrategias de desarrollo del pasado, como la centralidad de la agricultura en las eras de Trujillo y Balaguer, puede ofrecer lecciones valiosas para construir un futuro económico más sólido y equitativo. La clave está en una visión integral que valore la contribución de ambos sectores y fomente su coexistencia y sinergia para el beneficio de toda la nación.