
Adios a un buen amigo.
Por: Valentín Medrano Peña.
Dios sabe que no me gusta hacer provecho de coyunturas ni hechos para ganar adeptos o aplausos. Cuido de no decir cosas por posibles malos entendidos. Pero hoy expreso mi tristeza por la muerte de mi amigo Domingo Jiménez, quien me regaló el tesoro de su amistad, la que valoro. (Twit).
Mi admiración la ganó sin mucho esfuerzo. Bastó quizá la sola pleitesía que rendía a su madre, quizá las honras que la Biblia manda dar a los padres son la nota que mueva a reconocimiento de la grandeza de las almas. Quizá no se podría ser un desalmado siendo un devoto hijo.
Eso, y el hecho de que siempre se comportó con admirable humildad. La sencillez y la humildad siempre me han despertado admiración. Amén de todo ello fue una persona leal, adoro la lealtad, y su compromiso ideológico, de su idea de ideología, lo llevaron a disfrutar sus triunfos, personales y colectivos, y sus derrotas, de un solo dueño.
Un día me sorprendió sobremanera, y ahora debo pedir disculpas porque posiblemente se entienda que aprovecho este hecho luctuoso y doloroso para atraer atención hacia mi o vanagloriarme, no es así, solo trato de retratar la grandezas del caído. Habíamos tenido una serie de contradicciones y puntos de vistas discordes de los que admito hoy, yo no tenía razón, y meses después, creyendo estar en su lista de amistades congeladas, disfrutaba de su programa televisivo, en el que amén de mostrar sus grandes dotes, sus atributos de político, de analista, de bien formado profesional y sobre todo, más allá de todo, de comprometido leonelista. Ese hombre exudaba leonelismo, admiraba a su líder, lo idolatraba y añoraba volver a verle vestir la banda presidencial como una necesidad espiritual y para con la nación. En su programa siempre dedicaba un espacio a relatar alguna que otra figura, detallando en una corta biografía los aportes del seleccionado, y ese día, para una absoluta sorpresa mía, me dedicó esa sección.
Así de grande era el humilde Domingo Jiménez. Así de noble fue. No creo tuviera razón para hacerlo, pero lo hizo, y estoy consciente de que sin ningún motor que no fuera su sincera convicción de creer que hacía algo justo, así de justo fue.
Nuestros caminos se cruzaron cientos de veces. Yo era un oyente de su programa radial, y en el nos hizo sufrir el padecimiento de salud de su madre moribunda, vivir su muerte y sentir compasión por su dolor que tuvimos que compartir por su abnegación y claro testimonio de sufridas emociones. Domingo fue un hijo magnífico y un leonelista consagrado, en ambas cosas pocos pueden igualarle, quizá Juana Sánchez, y hoy parte a hacer compañía a su madre y a Dios dejándonos muy dolidos por su irreparable pedida.
Los hombres buenos no mueren, y espero vivir lo suficiente y tener mente clara para recordar y vivenciar y reconocer a mi amigo Domingo Jiménez a quien deseo Descanse en Paz.