
Los conceptos emitidos en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor
Por Becker E. Márquez Bautista
El teatro electoral global ha vuelto a presenciar un acto de soberbia y fracaso: las encuestas vuelven a fallar. El ejemplo más reciente y contundente proviene de Bolivia, donde el centrista Rodrigo Paz Pereira ha ganado el proceso electoral con un sólido 54.6% de los votos. Este resultado pulveriza las predicciones que, hasta el último momento, intentaron dibujar un escenario diferente, si no de derrota, sí de un estrecho margen que justificaría el statu quo mediático.
(Nota: Rodrigo Paz Pereira, nacido en Santiago de Compostela, Galicia, España, el 22 de septiembre de 1967 e hijo del expresidente Jaime Paz Zamora, asumirá la presidencia de Bolivia el 8 de noviembre.)
Este fenómeno no es una simple «equivocación metodológica»; es la demostración de que las encuestas, en muchos casos, han dejado de ser herramientas de medición para convertirse en herramientas de manipulación.
Quienes sustentan su estrategia, su discurso y su futuro a base de encuestas amañadas o tendenciosas se exponen a un error de cálculo catastrófico. Estas firmas encuestadoras, muchas veces vinculadas a intereses políticos o empresariales, no buscan reflejar la realidad; buscan crearla. Su objetivo es generar un clima de inevitabilidad, desmovilizar al votante opositor o, peor aún, preparar el terreno para justificar posibles fraudes o deslegitimar resultados sorpresivos.
El Costo Real de las Encuestas Pagadas
Las encuestas pagadas son el mecanismo más deshonesto para blanquear una narrativa. Constituyen un acto de lavado de imagen que utiliza la estadística como detergente moral. El político no solo gasta dinero en publicidad, sino que invierte en una mentira certificada para consumo interno y externo. Este despilfarro de recursos y de confianza ciudadana es la evidencia de una dirigencia que prefiere comprar la opinión antes que ganarse la voluntad popular a través de la gestión honesta.
El voto de Rodrigo Paz Pereira en Bolivia es un recordatorio global: la verdad electoral se encuentra en la urna, no en el titular de prensa pagado. La ciudadanía, cuando se siente subestimada o harta del clima de opinión impuesto, tiene el poder demoledor de desmantelar el espejismo numérico.
La obsesión por las encuestas es un síntoma de una política que ha perdido el contacto con la realidad social. Los líderes que solo confían en estos instrumentos, en lugar de en el contacto directo con la base, terminan viviendo en una burbuja de autocomplacencia.
En la República Dominicana, esta obsesión por las encuestas raya la locura. Lejos de servir como instrumentos de trabajo y análisis objetivo, se han convertido en herramientas de manipulación mediática diseñadas para engañar al electorado y distorsionar el debate público.
Para el Político Honestamente Erróneo: Las encuestas fallidas son un llamado de atención a cambiar el método, a salir de los despachos climatizados y a escuchar el verdadero pulso de la calle.
Para el Político Estafador: Las encuestas son un negocio. Son la coartada perfecta para justificar el despilfarro de recursos y para intentar engañar a sus propios seguidores sobre una supuesta «ventaja irreversible».
El mayor peligro de una encuesta amañada no es que se equivoque, sino que corrompa el debate público. Lejos de ser un ejercicio democrático, se convierte en un arma de guerra psicológica. Por ello, el ciudadano debe desarrollar una inmunidad crítica contra la tiranía del número manipulado y votar por convicción, no por la estadística que le presentan.
El verdadero poder no reside en las hojas de cálculo, sino en la voluntad inquebrantable de un pueblo que decide su destino.