
La extensión del Imperio Romano.
EE.UU. en el Caribe frente a Roma
Los conceptos emitidos en este artículo, son de la exclusiva responsabilidad de su autor.
Por Iscander Santana

Zürich, Suiza
Mientras el Caribe se agita bajo la sombra de portaaviones, bombardeos y sanciones, Estados Unidos reafirma su papel como potencia dominante en la región. Pero ¿qué tipo de imperio construye? La comparación con Roma revela un contraste fundamental: el imperio romano, aunque brutal en su expansión, entendía que sostener dominio exigía ofrecer algo a sus provincias. Infraestructura, ciudadanía, integración comercial, legado cultural. Estados Unidos, en cambio, parece más interesado en extraer recursos y subordinación política que en construir desarrollo compartido.

Intervención sin reciprocidad: Venezuela y Haití como casos opuestos
En Venezuela, Estados Unidos ha desplegado una campaña de presión militar, económica y diplomática bajo el pretexto de combatir el narcotráfico, con claros tintes de interés político y energético. Figuras como Marco Rubio, actual Secretario de Estado, y el senador Lindsey Graham han sido arquitectos de esta estrategia, presionando a la administración Trump para considerar el cambio de régimen como prioridad hemisférica. El despliegue de destructores navales frente a las costas venezolanas y las sanciones que, según organismos internacionales, han agravado la crisis humanitaria afectando a millones de civiles, configuran una política de asfixia sin alternativa constructiva.
En Haití, la indiferencia es aún más reveladora. Mientras el país se desangra en violencia de pandillas, colapso institucional y pobreza extrema, Estados Unidos observa desde lejos, limitándose a declaraciones ocasionales mientras deja que República Dominicana cargue desproporcionadamente con el peso migratorio y humanitario. No hay portaaviones, ni sanciones, ni interés estratégico visible. La diferencia entre ambos casos expone la lógica selectiva de la intervención: donde hay petróleo y posicionamiento geopolítico, hay presión; donde solo hay crisis humanitaria, hay silencio.
El petróleo como botín imperial
Venezuela no es simplemente un gobierno incómodo para Washington: es un activo energético estratégico. Con las mayores reservas probadas de crudo del planeta, 303,000 millones de barriles según datos de la OPEP, su control representa ventaja geopolítica frente a competidores como China y Rusia, que han invertido miles de millones en infraestructura petrolera venezolana durante la última década.
Pero a diferencia de Roma, que construía acueductos, caminos, anfiteatros y sistemas legales en territorios conquistados generando infraestructura que perduraba siglos, Estados Unidos no ofrece proyectos de desarrollo sostenible ni inversión en instituciones. Solo presión mediante sanciones que organismos de derechos humanos han documentado como causantes de escasez de alimentos y medicinas, amenazas de intervención militar que desestabilizan la región, y condicionalidad política que exige subordinación total sin reciprocidad tangible.
Roma entendía el arte de la dominación sostenible
El Imperio romano comprendió tempranamente que la dominación duradera requería legitimidad más allá de la fuerza militar. Por eso, provincias como Hispania, Galia y África recibieron beneficios tangibles: construcción de vías que integraban comercio, códigos legales que garantizaban derechos básicos, acceso gradual a ciudadanía romana que permitía movilidad social, e incluso representación en el Senado para élites locales que colaboraban con el orden imperial.
No es casualidad que el dicho «todos los caminos conducen a Roma» haya trascendido milenios. Era literalmente cierto: el imperio construyó más de 400,000 kilómetros de carreteras que conectaban cada provincia con el centro del poder. Pero esos caminos no solo llevaban hacia Roma, también traían de vuelta comercio, cultura y estabilidad. Era dominación, sí, pero con reciprocidad infraestructural. Las provincias entregaban tributos y soldados, pero recibían caminos, acueductos y acceso a mercados imperiales.
Esta estrategia no era altruista sino pragmática: provincias integradas mediante beneficios materiales resistían menos, comerciaban más y proveían recursos sin necesidad de ocupación militar permanente. El costo inicial de construir infraestructura se recuperaba mediante décadas de estabilidad comercial y lealtad política.
Estados Unidos, en contraste, aplica lógica de castigo inmediato: si no te alineas con los intereses de Washington, enfrentas aislamiento financiero internacional mediante presión sobre el FMI y el Banco Mundial, sanciones que restringen tu capacidad de comerciar incluso con terceros países, o en casos extremos, intervención militar directa como documentan los casos de Granada en 1983, Panamá en 1989 y las múltiples operaciones encubiertas en América Latina durante la Guerra Fría.
¿Qué legado construye Estados Unidos en el Caribe?
La Doctrina Monroe de 1823 declaró que América Latina era zona de influencia estadounidense cerrada a potencias europeas. Dos siglos después, esa doctrina se ha traducido en intervenciones militares documentadas en al menos 15 países latinoamericanos, apoyo a dictaduras cuando convenía a intereses geopolíticos, y políticas económicas que priorizan acceso a recursos sobre desarrollo de capacidades locales.
Si Estados Unidos aspira a mantener influencia respetada y no solo temida en su autoproclamada «zona de influencia», debe abandonar la lógica extractiva y adoptar política de cooperación genuina. Esto implicaría inversión en infraestructura que no esté condicionada a subordinación política, apertura comercial que permita a economías caribeñas diversificarse sin depender exclusivamente del mercado estadounidense, y respeto a procesos políticos internos sin intervención cuando los resultados electorales no coinciden con preferencias de Washington.
De lo contrario, su legado histórico será el de un imperio que, a diferencia de Roma que construyó caminos que aún se usan dos milenios después, solo supo construir bases militares, deuda externa y resentimiento. Un imperio que extrajo petróleo pero no sembró desarrollo. Que desplegó portaaviones pero no construyó escuelas. Que exigió alineamiento pero nunca ofreció reciprocidad.
La historia juzga imperios no solo por su poder militar sino por lo que dejan cuando su hegemonía declina. Roma dejó sistemas legales, ingeniería monumental y una lengua que evolucionó en docenas de idiomas modernos. ¿Qué dejará Estados Unidos en el Caribe cuando su unipolaridad se desvanezca? La respuesta a esa pregunta se está escribiendo ahora, en cada sanción, en cada buque desplegado, y en cada oportunidad perdida de construir en lugar de solo extraer.







