Por Eduardo Yayo-Sanz Lovatón
Naces en un pueblo de Argentina. Terminas en la cima del mundo. Tienes una enfermedad que pocos entienden. Tienes una estatura irregular. No eres particularmente lindo ni rico. Eres, sin dudas, un muchacho con problemas y de un lugar que ni tiene quien le escriba. Eres de un país con dificultades. Eres latinoamericano. Eres argentino.
A temprana edad tus pies hablan por ti. Hablan por la historia de tu país. Te sirven de transporte para llegar al gran continente. Al viejo continente. Encuentras un equipo, unos doctores y una sociedad española que viendo tus pies salvan tu cuerpo. Abren tus alas. Te dan las oportunidades. Y así conquistas todo lo que tus pies tocan. Eres un Alejandro Magno del césped verde. Todo lo transformas en éxito. Tus toques de balón emulan las glorias negras de Brasil, al gran Pelé.
Evocas al gran Diego, sin evocar su desorden. Todavía no tienes 20 años y ya llevas la camiseta albiceleste que Diego con la mano de Dios y con el gol inglés inmortalizó. Ya llevas la camiseta de uno de los equipos más famosos de la tierra, eres ya un divino catalán. Barcelona te reclama para sí. La fama, el gran éxito. No te nublan. La gloria, sí, la muchas veces catastrófica que hace del éxito una desgracia cambiando los seres humanos, esa gloria en vez de cambiarte te hacer ver a través del escudo de tu timidez. A través del escudo de tu humildad. Tus silencios no se notan por el ruido ensordecedor de tus piernas. Tu juego es tan imponente que no se nota nada más de ti.
Ese es tu ejemplo.
A través de los años ganas todo, pero también lo pierdes todo. De todo te acusan. Tus rivales los reales y los inventados por los que siempre acompañan la gloria, esos viejos adeptos de la envidia, la maldad, la mala fe. Todos conspiran, que si no pagas impuestos, que si no eres español, que si caminas en los partidos, que si no funcionas en la selección. Te provocan, te irritan. Te atacan. En los años que tengo observándote no recuerdo una respuesta destemplada.
No recuerdo un gesto de arrogancia o de ironía. No te recuerdo en un auto de lujo. No te recuerdo en un yate. Nada de malo tiene eso. Y derecho a ello tienes, más que todos, pero no se te nota. No se te ve mas que balón. El tiempo pasa y toda la maldad del mundo no te tumba. Te dicen viejo, te dicen apático.
Barcelona te abandona, pero París te recoge. Esa ciudad de luces, de amor, de belleza al principio no te queda bien. Las competiciones de tu selección te evaden. Mundiales 4, te eluden aún llegando a una final. Tu carrera parece eclipsar. Tú estrella se apaga. Atrás quedaron los duelos con Ronaldo. El odio madrileño se olvida después de tanto encumbrarte. Parece que el enano del sur pasará a la historia como el que se desvanece. Irrumpe la copa América, en ella se viste el ensueño y parece que puede ser. Te lesionas. Y llega el mundial.
Comienzas en desastre. Pierdes de un equipo que nadie conoce. Todos dudan. Hablas de confianza y nadie te cree. Luego aparece el sueño. Y vences. Primero a los hermanos de México.
Luego a los demás. Vences, haciendo mejores a los que te acompañan. Vences. Llegas a la final haciendo jugadas de maravilla. Emulando lo mejor de la historia. El sueño de Messi ya no es de Messi. Es el sueño de millones de niños que juegan con los pies. Es el sueño de todo el que ha fracasado. Es el sueño de todo el que ha caído.
Es el sueño de todos los que quieren abandonar sus pecados. Es el sueño de todo el que sufre desamor. De todo el que sueña con un empleo, con un estudio, con una esperanza. Messi es el sueño de la humanidad. Salía de un restaurante donde vi el juego contra Croacia y al salir un guardián en el restaurante me miró con los ojos encendidos y me dijo: “Yayo el sueño continúa”. Messi, gana y que Dios te bendiga.