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Por Juan Manuel García
En Venezuela, y en todos los linderos del mundo en donde viven dispersos millones de herederos de Simón Bolívar, hoy llamados venezolanos, hace tiempo que se vienen padeciendo los efectos de un crimen organizado.
Como que no suena bien eso de llamar crimen, al fatídico espectáculo montado en el mismo territorio de ese martirizado pueblo por un engreído falto de toda marca de notabilidad, más bien un engendro, de nombre Nicolás Maduro.
Hace mucho tiempo que los dominicanos hemos sido dulcificados por la presencia de los chamos y chamitas que decidieron habitar entre nosotros. Y qué bien que sea así. Los dominicanos nunca tendremos con qué pagar a Venezuela que haya reconocido a tiempo, el mayor crimen de la historia que se cometiera contra la República Dominicana, que endeble como un bebé prematuro, uno de nuestros demonios premonitores de Maduro, de nombre Pedro Santana, obligara al General Juan Pablo Duarte con todo y su familia, a refugiarse, allí. Con todo y su familia completa. Para esperar la muerte hostigado por una tuberculosis, ahogado por la angustia de la soledad y el martirio. Así, Venezuela y los venezolanos vivirán contagiados por la nostalgia del creador de nuestro país, nuestro Duarte eterno. Y renacerán.
El crimen organizado que hostiga a la Venezuela de hoy, todos saben que tiene sus orígenes en donde predomina el imperio del dólar. Los mal llamados Estados Unidos de “América”, algún día tendrán que pagar por sus designios en contra de pueblos, que, aunque millonarios, viven a expensas de las fuerzas del mal de los belicosos del momento.
Todo el mundo tiene conciencia de que quienes detentan el poder en Venezuela, no van a dejarlo, porque lo decida un montaje levantado en nombre de ese cadáver que llaman democracia representativa. Maduro y sus secuaces no se van. Estarán, ahí, mientras entre militares y potentados nacionales y extranjeros quede un poquito de indignidad que les permita saber que claudicar en unas pantomimas de elecciones, sería un suicidio.
Ojalá pudiera la República Dominicana disponer de un territorio tan extenso como el que sería necesario para alojar a todos los venezolanos. Ellos saben que es así. Y lo saben quiénes tienen la dicha de encontrar a los dominicanos en su camino para saciar su fe en la esperanza de ser libres. No de Maduro, sino del imperio que nos sojuzga a todos, en nombre del dólar, dios material regente de los mayores crímenes organizados.
Maduro y su enfermiza maquinaria es un ánima en pena que morirá y será enterrado con todas sus hipocresías y pretensiones. Claro que sí. Simón Bolívar está al acecho.
República Dominicana tiene la obligación que emana de nuestra cultura libertaria de brindar a los venezolanos el espacio y los recursos que sean necesarios para que saquen músculo e inteligencia y se organicen desde aquí para despejar su futuro y el futuro de ese pueblo. La obligación de los dominicanos no está en hacer coro con otros orquestadores del crimen que se sigue cometiendo contra nuestra gente buena en la patria de Bolívar.
Si somos soberanos para otras tantas cosas, como se dice, seámoslo, ahora. Y si no, dejemos la simulación. Oh, Venezuela, cuánto te queremos. Al diablo con Maduro quien no es más que un pasajero hacia el infierno. Hasta su juicio final que lo tragará.