
Los conceptos escritos en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor
Por Juan Manuel García
Empalagar, anugarse o añusgarse, atragantarse, atarugarse, atorarse, términos diversos del lenguaje de cada día que quieren decir lo mismo. No hay que ser un académico de la lengua para entenderlos.
Regularmente, con hacer una pausa, tomar agua o aire, ayuda a que se resuelva en esas circunstancias, a las que, si no se atiende, hasta pueden matar. Puede ocurrir un ahogamiento en lo claro.
En la República Dominicana se está produciendo un momento de conjunción de elementos que, si no se los enfrenta con inteligencia, o con prevención suficiente, con valor y coraje, produciría mayores dificultades.
Pero, como todo estaba previsto, es poco lo que habrá que lamentar. Las soluciones están a la mano, es lo que se quiere significar.
En lo económico se previó con suficiente antelación que había que imponer correctivos. Todos opinaban y el país se hundía en la insuficiencia. En términos médicos, se usaba el curetaje para salir del paso. No había cuartos, ni los hay, para poder marchar hacia mejores objetivos.
Como no se imponían los correctivos seguíamos como si nada estuviera pasando. Y fueron muchos los que se beneficiaron de esa circunstancia, como se dice, a la “mátala callando”. Y la fiesta seguía con sus ruidos.

Como el caso de los haitianos y la población extranjera sin registro de ley para habitar entre los dominicanos, es asunto que viene rodando a través de los siglos. Todos conocen las causas del problema, pero se ha estado mirando para otro lado. Como si ser dominicano y ser haitiano extranjero ilegal, fuera lo mismo. Pero no es lo mismo. Y que los jefotes de la Iglesia Católica, todos protegidos como nadie por un Concordato de Trujillo, sin reformar, que sean más pulcros que cuando quisieron excomulgar al mismísimo General Juan Pablo Duarte, se dice en la historia. Y con los impuestos, también. Algo histórico, desde que el haitiano Boyer invadió y atropelló, para cobrar impuestos, precisamente, para pagar una independencia suya que lo blanqueaba todo. Todo. Hasta su misma bandera heredada de Francia napoleónica imperialista y brutal.
La Constitución y sus reformas. Esa jodida circunstancia siempre ha sido utilizada para andar con los cordones de los zapatos sueltos y, en consecuencia, viene la enredadera de los pies y se termina rodando con un tremendo matón. Un enredo constitucional que muchos han tomado como una masa fácil de entrarla al horno ya encendido, aunque se quemen.
Ahora, cuando se acaba de pasar de las palabras a los hechos y después que la sociedad dominicana decidió arropar, dicho literalmente, a un nuevo gobernante con la legitimidad absoluta para que ejecute lo que prometió, se podrá decir que el hombre es valiente, porque está haciendo lo que prometió para que lo votaran. Pero no es cuestión de valentía. Es cuestión de sentirse legitimado para hacer lo que se tiene que hacer, en el momento en que hay que hacerlo.
De manera que nadie piense que nos están empalagando, anugando, ni atarugando con un montón de iniciativas que fueron previamente estudiadas y anunciadas, y al sentir la autoridad para hacerlas, se decidió hacerlas. Y en eso estamos.
Cada quien que saque de abajo y que se sienta también autorizado y legitimado. En tiempo de conflictos, hay que saber definirse. Y como el presidente Luis Abinader, a desempalagar y desañusgar. Que nadie se ahogue.







