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El campeón sigue ahí y el City se ha ido. Un balance de situación en una sola frase. El Madrid remató su clasificación con una victoria sencilla, adjetivo impensable al comienzo de la eliminatoria. Libre del barro de la Liga, completó una exhibición en todos los territorios. Asensio está maduro porque lo dicen su juego y la afición, Valverde es un patriota, Ceballos manda, Tchouameni despierta, Rodrygo ya es jugador de todos los días y todos los partidos, Vinicius infunde terror y, al final del recorrido, está el Mbappé emperador que se presumía. Tres goles más, y van 28, y ese aire de jugador imparable, superior a todos, en su primera gran noche de verdad en el Bernabéu. En la otra orilla, Guardiola no mentía: su City pareció el del 1%. El 1% de lo que fue.
El madridismo le había cogido cierto temor (infundado) al partido, porque es más de viento en contra que a favor, más de épica que de lírica, más de salir del búnker que de embocar desde el green. Y porque, además, enfrente estaba Guardiola, señor del truco final. Pero no era día para pesimistas. Lo anunció Mbappé a los cuatro minutos. Asencio, central de magnífico desplazamiento en largo y ya casi príncipe del pueblo, hizo volar la pelota cincuenta metros para la carrera de Mbappé, que dejó en su volata atrás a Stones y Rúben Días (ahí no tenían posibilidad de salir vivos) y colocó la pelota en la red de suave vaselina. Un gol de máxima sencillez y, a la vez, de máxima dificultad, para confirmar el break del Etihad.
Esta vaselina de Mbappé abrió el marcador.
Ancelotti apenas había cambiado nada porque nada, ni el juego ni el resultado previos, le invitaban a cambiar: Rüdiger por Camavinga, para sacar de la defensa a Tchouameni, que ha mejorado ahí pero sigue siendo un polizón, y a Camavinga del once. Aún crea desconfianza en partidos adultos. La revolución era para Guardiola, de quien siempre se espera el empleo de una poción mágica. A veces cura, a veces mata. Haaland, presumiblemente tocado, se quedó fuera. Una pérdida de energía atómica. Y juntó dos coroneles del viejo imperio, Gündogan y Bernardo Silva, con el recién llegado Nico, más Foden, por detrás de la línea del frente que formaron Marmoush y Savinho. Un 4-4-2 para ganar en posesión, ese narcótico que siempre le funcionó. Y atrás, al novato Khusanov le cayó el marrón de vigilar a Vinicius. Ningún fichaje invernal en el Etihad, los tres en el Bernabéu. Más de doscientos millones al rescate, un Plan Marshall fallido.
De la lesión a la exhibición
Al bofetón del gol de Mbappé le siguió otro, la lesión de Stones, el más fiable de los defensores. La tercera mala noticia para Guardiola era que el Madrid escapaba de la presión citizen con extrema facilidad por la gran lectura del partido de Ceballos, eligiendo el toque único o la conducción inteligente, según convenía. Un escenario envidiable para el Madrid, muy superior, además, físicamente. Nada queda de aquella presión con la que el City de los mejores tiempos torturaba a cuantos se le ponían por delante, que le quitaba al rival la pelota y la esperanza.
Todo lo noticiable ocurría en el campo del City. Un cabezazo cruzado de Bellingham, un tiro al lateral de la red de Valverde, un remate sin colocación de Mbappé, varios corners amenazantes. Nada concluyente, pero muchos indicios de que el Madrid se había quedado el partido y lo dominaba a su ritmo, y también a su antojo. Todo funcionaba estupendamente, incluido Tchouameni, que supo dar las gracias en el regreso a su posición natural.
Mbappé fusila a Ederson para el 2-0.
Sin una sola llegada del City hizo el segundo gol el equipo de Ancelotti. La jugada recorrió toda la galaxia. Empezó Bellingham, le dio continuidad Vinicius, asistió Rodrygo y mató Mbappé, tras sentar a Gvardiol, que no es un cualquiera, con un amago muy de su catálogo. Florentino debió levitar en el palco. Ancelotti lo hizo en el banquillo. La amarilla a Bellingham que le impedirá jugar la ida de octavos fue la única mosca en la sopa.
Aun acunado en su ventaja, el Madrid tenía el partido en la palma de la mano. Esperaba sin sufrir y mataba en todos los terrenos: a la carrera, porque ahí nadie tiene sus piernas, y en estático, porque su rápidos también son hábiles. Y, además, Mbappé andaba desatado, en una de esas noches de las que un futbolista nunca quiere marcharse. Noventa minutos se le pasaron volando.
De la fiesta al bombo
Al cuarto de hora de la segunda mitad el francés firmó el hat-trick, para ampliar su repertorio. Este llegó desde la derecha y desde fuera del área. Un par de bicicletas para abrir pasillo, un cambio de pie y un izquierdazo raso y mortal para refrendar la caída de un imperio, un City desfigurado, resignado, manso. Un juguete en manos del Madrid europeo, donde saca su lado salvaje. Los olés de la grada eran un desahogo a tantos aprietos en que le ha puesto Guardiola y una redención de aquel 4-0 de hace dos años.
Este disparo de Mbappé cerró la cuenta blanca.
Cerrado el caso, con un gol final de Nico para justificar el viaje de su equipo, Ancelottti fue retirando figuras, metiendo peones de lujo y echando cuentas sobre lo que se avecina en el sorteo del viernes, un derbi en estado de excepción o un enemigo íntimo, Xabi Alonso. Lo uno y lo otro tienen guasa.
Fuente AS.COM