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El Occidente colectivo confiesa debacle en la contienda cultural
Importantes medios occidentales, The Washington Post el más insistente, vienen señalando que Occidente, el Occidente colectivo, viene perdiendo la guerra cultural.
Para ellos, el hito más importante fue cuando se comenzó a reescribir la historia de la Segunda Guerra Mundial.
Les molestó, aunque no argumentaron con claridad el motivo, que Rusia reivindicara el rol de la Unión Soviética en la caída de Hitler.
Les molestó que el último 3 de septiembre, China efectuara una fastuosa ceremonia para conmemorar el verdadero fin de la Segunda Guerra Mundial, a la cual asistieron los principales líderes del nuevo orden mundial emergente.
Esa imagen de Putin, Xi Jinping y Modi, entrelazados y sonrientes, los estremeció.
Tenían enfrente un potente poder económico, diplomático, militar, que les presentaba un reto ante el que no tienen una buena respuesta.
Tenían al frente países que han construido plataformas comunicacionales importantes, que han entrado a la industria del entretenimiento con éxito, influyendo en cientos de millones de personas.
La hegemonía occidental en ese campo también se ha resquebrajado.
Pero además, y esto es muy importante, los mandatarios de China, Rusia e India, son verdaderos estadistas, líderes respetables, creíbles, serios.
Son personas evidentemente bien formadas en las labores del Estado y de la política.
Cosa totalmente contraria a quienes manejan los países occidentales, con Donald Trump a la cabeza. Entonces, ¿cómo no ir perdiendo la guerra cultural?
La crisis cultural, que es parte de la crisis occidental integral, se refleja en ello. Ya lo hemos escrito anteriormente, hay una ostensible pobreza de liderazgo en Occidente, en sus países, en sus instituciones. El mismo Henry Kissinger lo señaló antes de morir.
Pero, ¿qué dijo The Washington Post? Pues que “en un movimiento estratégico que busca consolidar su alianza frente a Occidente, China y Rusia están impulsando una nueva narrativa sobre la Segunda Guerra Mundial, reescribiendo la historia para reinterpretar los eventos que definieron el siglo XX. Este esfuerzo conjunto busca minimizar la importancia del papel de Estados Unidos y el Reino Unido, mientras se magnifica el de la Unión Soviética en la derrota de las potencias del Eje, Japón y Alemania”.
Junto al medio norteamericano, otros medios de la corporatocracia mediática global hablan con preocupación de la “guerra cultural”, basada en una reinterpretación histórica que desafía la visión occidental tradicional, esa visión que fue centrada en eventos como el Desembarco de Normandía o la ayuda de las naciones occidentales a los países aliados.
En su lugar, afirman, Pekín y Moscú buscan posicionarse como los verdaderos garantes del fin de la guerra, un relato que fortalece su discurso nacionalista y su unidad frente a Occidente.
A The Washington Post le preocupa la estrategia de los gobiernos de China y Rusia para promover esta nueva narrativa que es multifacética, utilizando diversas herramientas de comunicación y propaganda.
Se ha observado, enfatizan, que los medios estatales chinos están promoviendo de manera activa esta visión, reduciendo la importancia de la ayuda que Estados Unidos brindó a China en su lucha contra la invasión japonesa, un apoyo que muchos historiadores consideran crucial para la supervivencia del país asiático durante el conflicto.
Hablan que la narrativa de Moscú y Pekín se está popularizando a través de contenidos de fácil acceso para la población. Entre las herramientas para difundir esta perspectiva histórica están las películas patrióticas y los contenidos generados por inteligencia artificial.
Estas producciones fomentan un fuerte sentimiento nacionalista, reforzando la idea de que la victoria sobre el fascismo fue, en gran medida, un logro exclusivo de estas dos naciones. Este enfoque tiene un impacto significativo en la memoria colectiva de los ciudadanos, especialmente en las generaciones más jóvenes que acceden a la historia a través de estas plataformas.
Concluyen que el objetivo final es claro: crear una visión del mundo que posicione a China y Rusia como potencias históricas, capaces de influir en el relato global y desafiar la hegemonía occidental.
Según The Washington Post, al reinterpretar el pasado, ambos países buscan legitimidad en el presente y, sobre todo, proyectar su poder en el futuro. La reescritura de la historia se convierte en un arma geopolítica, una herramienta para moldear percepciones, fortalecer su alianza y consolidar su papel como actores claves en el nuevo orden mundial.
Y es que el poder geopolítico también se mide por cómo imponen o posicionan sus ideas, cómo las hacen vigentes. En eso, el Occidente Colectivo ha tenido éxito por varias décadas.
Lo hizo durante el siglo 20, básicamente después de la Segunda Guerra Mundial y se fortaleció al culminar la Guerra Fría.
El modelo representado por Estados Unidos triunfó, no sólo por la descomposición soviética; sino porque los antiguos miembros del Bloque del Este adoptaron el capitalismo e instauraron modelos democráticos. Las oleadas de democratización, de la democracia formal de la segunda mitad de siglo, y la expansión del modelo capitalista; no sólo fueron clave para esos países, sino que contribuyeron a consolidar la hegemonía estadounidense; afirman en el portal Orden Mundial.
Bill Clinton, en el año 2000, dijo: “Al adherirse a la Organización Mundial del Comercio, China no sólo acepta importar más productos nuestros. Está aceptando importar uno de los valores más preciados de la democracia: la libertad económica”.
Es decir, el controvertido mandatario norteamericano creía que debían imponer su modelo económico y lo demás se decantaría por inercia.
Como él, muchos pensaban así. ¿Por qué? Por su visión eurocéntrica, por creer que tenían la única verdad existente, por no tener en cuenta la idiosincrasia, la determinación de los otros, por no respetar que existen otras visiones del mundo, por creer en mamotretos como El Fin de la Historia y El Último Hombre. Pero, además, porque entre el discurso de occidente, de sus líderes, y sus acciones, hay mucha diferencia.
Por eso Alba Leiva señala que “esa hipocresía de Occidente se extiende al respeto al derecho internacional y al multilateralismo. Las potencias occidentales no han predicado con el ejemplo en el respeto a las normas: la invasión de Irak , la tibieza ante la matanza de Israel contra palestinos en Gaza son prueba de ello. Esa hipocresía no sólo debilita el sistema internacional sustentado sobre esos valores occidentales, sino que debilita la propia credibilidad del bloque. Y sin esa credibilidad, su influencia entra en declive”.
Y esa falencia, esos errores, van permeando las estructuras sociales, las políticas institucionales en los países del Occidente Colectivo.
El portal Nuevo Orden cree que el verdadero declive de Occidente vendrá de su colapso interno, no de una amenaza exterior. Ese proceso ha sido una constante histórica: la conflictividad social, el auge de nuevas fuerzas e ideas o el agotamiento del sistema ha favorecido que las potencias implosionen. Al mismo tiempo, las ha hecho más vulnerables ante invasiones o guerras externas.
Y es aquí que los adoradores de Occidente, los eurocéntricos conscientes e inconscientes sienten temor; incluso hacen un paralelismo histórico con el Imperio Romano, que si bien fue desbordado por los “bárbaros”, que ya estaban dentro de sus fronteras, también había otros factores como la desintegración política, el declive económico o la transformación cultural a lo largo de varios siglos, la irrupción del cristianismo; que fueron claves para su desaparición.
Hoy en día, por la inconsistencia de sus líderes, por su hipocresía, por la falta de honestidad con sus ciudadanos y con la comunidad internacional, por su doble rasero ante diversos problemas, por la entrega de sus gobernantes a las élites económicas; Estados Unidos y Europa han incubado grandes debilidades internas.
Sus sociedades están cada vez más polarizadas y envejecidas, haciéndose proclives al conflicto, la desconfianza y a una política exterior cortoplacista.
Mientras Estados Unidos, -y en eso arrastró a Europa- prioriza con sus vaivenes pelear con China, “combatir el terrorismo internacional”, conservar sus mercados; descuida a su población.
Alba Leiva, titulada en Relaciones Internacionales y master en Geopolítica y Estudios Estratégicos, cree que en su lucha por preservar la hegemonía global, Estados Unidos ignora un problema mucho más acuciante: la supervivencia, no sólo de su integridad estatal; sino del modelo internacional que dice defender.
Los problemas sociales en Estados Unidos y Europa evidencian el advenimiento de situaciones caóticas. Por eso las marchas y protestas muy violentas en Europa, aunque la corporatocracia mediática intente silenciarlas.
Por eso la aparición de movimientos y organizaciones ultranacionalistas y neonazis, que hasta hace poco eran impensables. Por eso la inestabilidad de sus gobiernos. Por eso hemos hablado de guerra civil híbrida en Estados Unidos.
Allí está Donald Trump calificando, sin razón, sin argumento valedero, a Chicago como una «zona de guerra», justificando el despliegue de soldados en contra de la administración demócrata del estado, pasando por alto dos decisiones de una jueza federal.
Opositores al trumpismo lo acusan de “lanzar esta ofensiva contra la delincuencia y la inmigración”, como un pretexto para imponer sus ínfulas de emperador.
El mandatario estadounidense ordenó desplegar efectivos militares en Chicago pese al rechazo de las autoridades electas, entre ellas J.B. Pritzker, gobernador del estado de Illinois, cuya capital es Chicago.
Pritzker culpó a los republicanos de intentar sembrar el caos. «Quieren crear una zona de guerra para poder enviar aún más tropas. Tienen que largarse de aquí cuanto antes», señaló.
A Trump, como en casi todo su accionar local e internacional, le importan poco o nada las críticas, tampoco el sentir de la gente. El 5 de octubre, CBS publicó una encuesta donde se reveló que sólo el 42% de los estadounidenses apoya el despliegue de la Guardia Nacional en las diversas ciudades. Un mayoritario 58% se opone.
Fiel a su costumbre, dijo que “Portland (Oregon, noroeste) está en llamas. Hay insurrectos por todas partes”. Hasta el momento no ha mostrado pruebas.
Tina Kotek, gobernadora de Oregon, afirmó que «no hay necesidad de una intervención militar en Oregón. No hay una insurrección en Portland».
Gavin Newsom, gobernador demócrata de California, publicó en sus redes sociales que «el abuso de poder de Trump no prevalecerá… El despliegue de la Guardia Nacional de California en Oregón no tiene que ver con la criminalidad, tiene que ver con el poder. Está utilizando a nuestros militares como peones políticos para construir su ego».
¿Estados Unidos no era el portaestandarte del derecho constitucional, de los derechos civiles, de la separación de poderes?
¿Cómo es que Trump viola todos los preceptos sin el menor empacho?
¿Tanto se ha devaluado la política para que una persona con tan poco conocimiento de esta actividad llegue a ser presidente?
¿Cómo se ha venido pauperizando esa sociedad para que millones de personas lo respalden?
¿Un jefe de Estado no debe velar por la cohesión social?
Y allí es cuando volvemos al tema cultural.
¿Una sociedad a la que indujeron al consumo de drogas, a estupidizarla con Hollywood y sus arquetipos, con sus series televisivas, con el endiosamiento de artistas y deportistas, con mensajes de aturdimiento distribuidos en sus plataformas digitales, en sus redes sociales, tiene capacidad de discernir apropiadamente al momento de elegir diputados, senadores, alcaldes, gobernadores, presidentes?
Una sociedad con esas características, a la que debemos agregar la primacía del individualismo, y eso se da en todas las clases sociales, irremediablemente va al declive.
Una prueba de ello fue cuando se produjo la pandemia de COVID 19, donde se vieron superados por la ciencia de China, Rusia y Cuba, pero que más allá de ese hecho, que derribó el mito de la superioridad científica occidental, la clave está en que rusos, chinos, cubanos, pusieron sus vacunas al servicio de la humanidad.
Por el contrario, en el Occidente colectivo sirvieron para la corrupción.
El mundo observó cómo llegaba ayuda de Rusia, China y Cuba, sin esperar nada a cambio, como un hecho de solidaridad.
Allí está una gran diferencia cultural, el egoísmo, la busqueda del lucro a toda costa, frente a la solidaridad.
Dos modelos, dos concepciones de vida distintas. ¿Por quién opta el mundo? La respuesta es obvia.
Mientras el inefable Trump impone sanciones a diestra y siniestra, mientras amenaza y aplica aranceles a su antojo, China, Rusia, India, concretan acuerdos en todo el mundo en condiciones favorables, justas. Es que tienen otra concepción, diferente del avasallamiento que Occidente ha impuesto por siglos
Mientras China, Rusia, India, Cuba, Venezuela, trabajan en el Grupo de Amigos en Defensa de la Carta de las Naciones Unidas; Washington y la Unión Europea, se empeñan en vulnerarla.
Mientras las economías occidentales, que hicieron del neoliberalismo una verdad totémica para empobrecer a sus pueblos y hacer más ricas a las élites, hace tiempo que muestran su fracaso; países como Rusia, China, India, pese a las sanciones en su contra, muestran progreso en las cifras macroeconómicas y en el desarrollo humano de sus pobladores.
Ellos no entregan sus ciudadanos en brazos del azar.
Rusia, China, India, son los países que más ingenieros gradúan, que más científicos forman.
El mundo, los pueblos, ven y comparan.
Son visiones y resultados diferentes. Mundos distintos, culturas distintas.
¿Por qué pierden la guerra cultural? Por los resultados que se observan en países que no hacen parte del Occidente colectivo.
No sólo porque otras narrativas se imponen, es que otras realidades se imponen; esas nuevas realidades son mejores que la del Occidente colectivo.
Y, sí, están perdiendo la guerra cultural.

Por Eduardo Cornejo De Acosta




