
Rompe a llorar otra vez Coco Gauff, emocionada de nuevo. Pero nada tienen que ver este desenlace y estas lágrimas con las de hace tres años en París, cuando fue devorada por Iga Swiatek y por la presión de afrontar su primera gran final, y se marchaba entonces reprochándose que no había estado a la altura de las circunstancias ni del escenario, presa de la polaca y también del nerviosismo. 18 años, tenía.
Así que muy distinto este epílogo. Aryna Sabalenka, corriente a favor al principio, es la que cae esta vez en la sobreexcitación y la que se pega un tiro en el pie. Son dos miradas radicalmente distintas: el hielo frente a la cólera. Al final, levanta otro grande la estadounidense, el segundo de su carrera; el primero en el Bois de Boulogne. Desquite confirmado: 6-7(5), 6-2 y 6-4, en 2h 38m.
La diferencia os obvia: una tenía un plan, la otra no. A todo o nada y le sale cruz. Pese a su progresión en la interpretación del juego, la número uno continúa fiándolo todo en exceso a su instinto salvaje, a esa pegada que unas veces se lo lleva todo por delante y otras, directamente la derruye. Devastador el registro. El contador refleja 70 errores no forzados. ¡70! Una bestialidad. Milagroso, de haberse llevado el premio.
Paga cara la inmersión en el caos y termina inclinándose sin remedio. Otra vez. Así que la bielorrusa tuerce el gesto sin disimulos. Al final se derrumba. Tras la derrota de enero en Australia contra Madison Keys, se le escapa otro gran título y llora: “Después de dos semanas tan buenas, mostrar un nivel tan terrible duele mucho”.
Lo contempla con empatía Gauff, una competidora que va asentando al ritmo adecuado las bases de una carrera brillante. Se trata de su segundo major, después de que se estrenase hace dos años con el US Open de Nueva York, y alza ahora el trofeo en la Chatrier tras recibirlo de manos de la belga Justine Henin, que contabiliza cuatro.
Pasos cortos pero firmes, seguros. Estabilidad. Una explosión controlada. Irrumpió con 15 años, siendo una niña en Wimbledon, y el trabajo y el tiempo siguen perfilando a una tenista cada vez más competitiva y más hecha, ya con méritos reseñables en el expediente. A sus 21 años, también es maestra. Con un tenis-diesel, no especialmente atractivo quizá pero cada vez más pujante, la norteamericana crece. Se afila.
Fuente EL PAÍS