
Los conceptos emitidos en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor
Por Iscander Santana
Zürich, Suiza
En las elecciones de 2024, la abstención alcanzó niveles preocupantes. Entre los jóvenes dominicanos, las cifras fueron devastadoras. Este fenómeno no representa apatía generacional sino protesta silenciosa que los partidos tradicionales se niegan a interpretar.
La juventud dominicana no está desconectada de la política; está profundamente desencantada de sus actores. Si el PLD, el PRM y la Fuerza del Pueblo no reaccionan con urgencia, las elecciones de 2028 podrían marcar una
ruptura generacional irreversible.
Las raíces del desencanto
La desconfianza juvenil hacia las instituciones políticas no surgió espontáneamente. Es resultado acumulativo de décadas observando cómo se repiten los mismos patrones: escándalos de corrupción sin consecuencias, clientelismo como método de gobernanza, e impunidad institucionalizada para élites políticas. Para quienes nacieron después de los noventa, la política dominicana se percibe como negocio cerrado donde las mismas familias rotan el poder sin transformar realidades.
Esta generación creció viendo escándalos transversales a todos los partidos,
fortunas inexplicables de funcionarios públicos y paralización judicial cuando los acusados tienen conexiones políticas. La politización de la justicia y el uso del populismo han erosionado cualquier expectativa de que el sistema pueda autorregularse. ¿Cómo exigirles confianza en un sistema que sistemáticamente demuestra que las reglas no se aplican equitativamente?
Crisis de referentes éticos
En las décadas de los sesenta, setenta y ochenta, figuras como Juan Bosch, José Francisco Peña Gómez y Joaquín Balaguer, con todas sus contradicciones, ofrecían proyectos de país identificables. Sus debates trascendían el personalismo para abordar modelos de desarrollo, identidad nacional y posicionamiento
internacional.
Hoy los liderazgos parecen más preocupados por administrar poder que por articular propósitos colectivos. Los discursos carecen de densidad ideológica, reduciéndose a promesas de infraestructura y gestión eficiente. La juventud busca sentido, no solo servicios.
Desconexión entre narrativa oficial y experiencia vital
Los partidos hablan obsesivamente de crecimiento económico, inversión extranjera y megaproyectos. Mientras tanto, los jóvenes enfrentan realidades que esas estadísticas no capturan: desempleo estructural que alcanza 30% en menores de 30 años, migración forzada como única estrategia de movilidad social, ansiedad
por precariedad laboral y la percepción de que el ascenso social se convirtió en lotería, no en meritocraacia.
Los partidos presentan cifras de crecimiento del PIB mientras miles de jóvenes profesionales hacen filas en consulados buscando visas. Esta desconexión entre narrativa oficial y experiencia cotidiana es insostenible.
Activismo digital sin traducción institucional
La juventud dominicana se moviliza constantemente: en redes sociales por causas ambientales, en movimientos feministas contra violencia de género, en organizaciones comunitarias respondiendo a necesidades que el Estado ignora. Existe energía política juvenil
abundante, pero opera completamente fuera de estructuras partidarias tradicionales.
Los partidos observan este activismo con incomprensión y desdén. No han desarrollado mecanismos para canalizarlo hacia estructuras de poder real. El resultado: una generación políticamente activa pero institucionalmente huérfana, y partidos con estructuras formales pero sin vitalidad genuina.
Consecuencias de la inacción
Ignorar esta desafección tiene costos estructurales. Un sistema donde amplios sectores juveniles no votan pierde representatividad progresivamente, volviéndose vulnerable a populismos autoritarios que capitalizan precisamente
el desencanto con instituciones existentes.
Simultáneamente, se produce fuga silenciosa de talento político. Jóvenes con vocación pública genuina eligen el activismo independiente, el arte, el emprendimiento social o directamente la migración. La política institucional se queda sin renovación intelectual y ética, perpetuando los vicios que generaron el problema original.
Si la juventud no cree que la política puede transformar realidades, el país pierde su brújula generacional. Las sociedades que no integran las aspiraciones de sus jóvenes a proyectos colectivos están condenadas al estancamiento.
La agenda urgente para 2028
Los partidos tradicionales tienen una ventana breve para reconectar. Requiere transformaciones profundas, no cosméticas.
Reconstruir confianza mediante transparencia radical. No basta publicar información obligatoria. Se necesita apertura total en financiamiento partidario, procesos de selección de candidaturas y gestión pública. Auditorías ciudadanas periódicas y consecuencias reales para violaciones éticas.
Reformar genuinamente las juventudes partidarias. Las estructuras juveniles actuales funcionan como decorado: aparecen en campañas, aplauden en eventos, pero carecen de autonomía decisional. Se requiere autonomía presupuestaria, formación política
profunda y espacios de liderazgo real donde los jóvenes definan agenda, no solo ejecuten directrices de cúpulas.
Renovar completamente el discurso político. La juventud quiere conversaciones sobre salud mental, cambio climático, regulación de economía digital, políticas migratorias dignas y desarrollo sostenible. Necesitan lenguaje que conecte con emociones y aspiraciones, no solo con indicadores económicos abstractos.
Crear mecanismos de participación directa. Presupuestos participativos donde los jóvenes decidan inversiones comunitarias. Cabildos juveniles con capacidad vinculante. Consultas digitales sobre políticas que los afectan directamente. Espacios donde decidan, no
solo opinen.
Reconocer el activismo como política legítima. Integrar líderes ambientales, comunitarios, culturales y feministas en estructuras partidarias. No criminalizar ni minimizar las movilizaciones juveniles como «ingenuidad» o «manipulación». El activismo juvenil es expresión de vitalidad democrática, no amenaza.
El silencio como acusación
El silencio juvenil en las urnas no es indiferencia: es acusación documentada contra un sistema que sistemáticamente los ha excluido de las decisiones que determinan su futuro. La juventud dominicana no está esperando discursos desde tarimas con promesas genéricas. Está esperando que la escuchen cuando
articula sus demandas desde las calles, las redes y las organizaciones comunitarias.
Si los partidos tradicionales no comprenden esta distinción fundamental, las elecciones de 2028 no serán simplemente otra contienda electoral. Serán un juicio generacional sobre la capacidad del sistema político dominicano para renovarse. Y el veredicto podría ser el abandono definitivo de la política tradicional por parte de una generación completa.
La democracia dominicana no puede permitirse perder una generación entera. Los partidos tienen la responsabilidad histórica de transformarse o aceptar su creciente irrelevancia. El reloj corre, y el silencio juvenil se vuelve más elocuente
cada ciclo electoral.







