Por Miguel SOLANO
Roberto estaba en el centro de la avenida Churchill con Sarasota. Trataba de cruzar al lado este, donde está situada la plaza universitaria. El tráfico, agresivo como tiburón hambriento, no le permitía cruzar. El humo de los vehículos empezó a enturbiar sus ojos. Metió la mano derecha en el bolsillo de la camisa y descubrió que había dejado los lentes en la casa. Alzó la vista y vió una tienda de esas ópticas famosas. Pensó entonces que allí podría adquirir unos de esos lentes baratos que se usan para leer.
Rompiendo fuego y marea logró cruzar. Secándose la bañada frente entró a la óptica y allí le recibió Cecilia.
La muchacha, bien dotada de todas y de cuentas riquezas eróticas podían mostrar sus veinte primaveras, lanzó su brillante pelo negro hacia atrás, levantó sus pechos, obligó a Roberto a que lo mirará y cuando sintió que ya estaba borracho por ellos, con una sonrisa de dulce paloma, le preguntó:
— ¿Cómo me da la oportunidad de que le sirva?
— Pues, fíjese que olvidé mis lentes y quiero comprar unos de esos personajes que sirven para leer.
El acento y la forma de cómo combinar verbos y sustantivos pararon las orejas de Cecilia.
— Ah…, su voz me hace pensar que usted no es dominicano, ¿de dónde eres?
Roberto, con paz y ciencia,le explicó su origen y le dijo que sólo tenía unas 24 horas en el país.
— Waooo, entonces usted necesita a alguien que lo guié por la ciudad.
Roberto , con esmerado entrenamiento militar, con medallas de franco tirador anda por los 50. Una chica alta, fuerte, hermosa, exuberante, exótica , provocativa y salvaje, situada en los 20, es el sueño a vivir. Acordaron, entonces, que Roberto la pasaría a buscar a la 5 de la tarde y se irían a pasear por la Zona Colonial. Todo se cumplió. Cecilia fue tan buena que se la bebió toda. Y no sólo se la bebió sino que convenció a Roberto de lo mucho que le gustaba y de que ella lo haría cada vez que él quisiera.
Al otro día Roberto fue convencido de que comprará muebles, estufa, nevera… Primer engaño porque Cecilia lo había llevado a un apartamento propiedad de su madre y que estaba para la renta. Había acordado, con unos posibles inquilinos, venderles todas esas cosas.
Roberto se la gozó, pero sus días se hicieron demasiado costosos, pues Cecilia necesito hacerse las uñas, las cejas, nuevos brazieles, nuevos panties, nuevos jins…y tuvo que regresar a su Massachusetts mucho antes de lo planeado.
Una vez en Estados Unidos empezó a recibir llamadas, siempre imitando su posible acento:
— Ay mi vidita, cuánto te extraño.
— Yo también amorcito, fíjate que yo también. Ya quiero regresar a estar contigo.
— Que maravilloso escuchar eso amor, repitemelo siempre. Fíjate amor, como dices tú, que tengo que pagar la electricidad y el teléfono… Son sólo 200 dólares. ¿Cuándo puedo ir a Western Unión a recogerlo? ¿Esta tarde estaría bien?
Roberto lo pensó, pensó que le dolía, pero la memoria de los momentos vividos ejercieron su influencia y a la 6 de la tarde Cecilia pasó a recoger los 200 dólares.
Al otro día, y sin mucho pensar, Cecilia volvió a llamar a Roberto y con desesperadas lágrimas le explicó:
— Ese abusador dueño del apartamento ahora me dice que si no le doy otro mes no me entregará la llaves… Gritos de inesistentes lágrimas. Amorcito, tú sabes que ese es nuestro lugar, que lo quiero para nosotros. Son sólo 300 dólares.
Roberto estaba con el bolsillo y el corazón partio, pero tenía que resolver el dilema de su ensueño. Y los 300 dólares fueron enviados.
Dos días después sonó el teléfono de Roberto. Cecilia le llamaba desde donde el dentista:
— Ay amorcito, que pena contigo, mira que estoy donde el dentista, con un terrible dolor. Y me dice el doctor que la muela no tiene cura y que sacarla podría costar unos 150 dólares. ¿ Verdad amorcito de mi alma que tú puedes enviármelo?
Roberto hizo como el burro, olió profundo y miró hacia los cielos:
— Fíjate amorcito que voy a tener que bloquearte.
Lágrimas, llantos, gritos se desataron en el otro lado:
— Amorcito no me digas eso, ¿Por qué?
— Porque desde que te conocí yo sólo he traído desgracias a tu vida. Cuando te conocí tú eras un ser feliz y bien dotada, pero a partir de mi encuentro contigo todo cuanto te he traído han sido desgracias. Que te robaron los muebles, que el propietario te engañó, que se te pudrieron las muelas, que tú madre necesita operarse un ojo y las rodillas les suenan. Yo he sido la culpa de todas tus desgracias. Ay amorcito que Dios te guarde y el espíritu Santo te regrese la paz y la tranquilidad que yo te arranqué.
Cecilia creyó que la llamada se había cortado y volvió a llamar. Le aclararon su dilema: «¡Usted no puede llamar a este número!»