
Por Becker Márquez Bautista
(Este artículo de opinión y su contenido es de exclusiva responsabilidad del autor)
Amigo lector, hay políticos que sufren de una enfermedad muy peligrosa que contagia a todo el que se encuentra en su entorno; esa enfermedad es la “amígdala cerebral”. Muchos de ustedes se preguntarán ¿qué es la amígdala cerebral? Pues se trata de un conjunto de núcleos neuronales localizados en la profundidad de los lóbulos temporales, que se ocupan del procesamiento de la memoria, asociado a la emoción y a la consolidación de la misma.
Los políticos honestos y transparente no mienten, no tratan de engañar a sus electores, y no andan vendiéndose cómo probos de la boca para fuera, sino que tienen que actuar siempre apegados a los principios éticos y morales, que no laceren su integridad. La amígdala cerebral produce una sensación negativa que limita el grado en que estamos dispuestos a mentir, pero que a medida que se miente más, esta respuesta se desvanece y cuanto más se reduce esta actividad, más grande será la mentira que nuestro cerebro acepte.
Los investigadores británicos del University College de Londres, explicaron por qué la repetición y escalada de las mentiras insensibilizan a la amígdala cerebral, y la repetición de esta conducta, a la que nos tienen tan acostumbrados la mayoría de los políticos, anima a engañar más aún en el futuro.
En este punto vale la pena aclarar que las mentiras son distintas a las falsas promesas, pues estas últimas se refieren a acciones futuras que el político sabe que no va a poder cumplir. Por ejemplo, cuando un presidente dice no tener conocimiento sobre las acciones de algunos de sus ministros, lo hace para que quede registrado y protegerse a futuro.
Las mentiras políticas, por su parte, no solo crean falsedades, sino que dada su sistematicidad, generan desconfianza en el político, su partido e incluso en todo el aparato estatal. La honestidad es un valor moral fundamental, cuando un político se deja perder la confianza debe retirarse de la política. La sinceridad y el respeto en la política, deben de estar por encima de cualquier interés personal y, debemos actuar con honestidad y apegados siempre en valores como la verdad y la justicia, y no anteponer a estos sus propias necesidades o intereses. En este sentido, es una persona apegada a un código de conducta caracterizado por la rectitud, la probidad y la honradez.