
Los conceptos emitidos en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor
Por Becker Márquez Bautista
En países como los nuestros, donde los presidentes a menudo son vistos como dioses en la tierra, la responsabilidad y la presión del poder pueden generar una profunda soledad existencial. Tal como dijo un viejo sabio de mi pueblo, Juan Alcántara, «Dios en el cielo y usted, presidente, en la tierra», esta reverencia, aunque honrosa, es la misma que aísla al líder de la realidad. Rodeado de aduladores y «lambones», el que ostenta el poder pierde la capacidad de conectar con la gente común y, en última instancia, con la verdad.
El aislamiento del poder
El poder es un trono de oro que aísla. Aunque el presidente esté rodeado de miles de personas, sus decisiones se toman en la soledad de su despacho. La adulación crea una burbuja que deforma la realidad, haciendo que la opinión genuina de los ciudadanos se pierda entre las voces de quienes solo buscan su propio beneficio. La soledad del poder se convierte entonces en un exilio silencioso, donde el líder, en la cúspide del mundo, se encuentra más solo que nunca.
El cáncer de la lealtad condicional
Nuestra sociedad política padece de un cáncer que carcome la lealtad de sus miembros. Esta lealtad no se basa en principios ni en un proyecto común, sino en la proximidad al poder. Cuando un presidente ya no tiene opciones de continuar en el cargo, la misma gente que antes lo exaltaba comienza a abandonarlo. La soledad se vuelve palpable cuando su círculo más íntimo se disuelve, confirmando que la devoción nunca fue para el hombre, sino para el cargo.
Este fenómeno no se limita a la figura presidencial. Nuestra sociedad es profundamente presidencialista y muy proclive a la autoridad gubernamental. Hay ciudadanos que, al ocupar un puesto en el poder, adquieren un liderazgo y una influencia que se desvanecen en cuanto se intuye que van a perder su cargo. En ese momento, la adulación se convierte en indiferencia y el líder se enfrenta al trauma de la soledad del poder.
Una sociedad que necesita madurar
Esta dinámica de lealtad condicional y adoración del poder es un reflejo de una sociedad inmadura. Demuestra que aún nos falta desarrollar una cultura política donde el respeto se gane por el mérito y la lealtad se base en ideales. La soledad del poder, entonces, no es solo un castigo para el líder, sino un síntoma de un problema más profundo que nos afecta a todos como ciudadanos y como nación. La verdadera fortaleza de una sociedad no reside en cuán cerca estemos del poder, sino en cuán firmes seamos en nuestros principios.
Un eco en la literatura: El otoño del patriarca
Para concluir, la soledad del poder que hemos descrito tiene un eco magistral en la literatura. La obra de Gabriel García Márquez, «El otoño del patriarca», narra la historia de un dictador latinoamericano que explora la aislada existencia de un líder absoluto. A través de una narrativa fragmentada, el poder corrompe y aísla, y el dictador, rodeado de aduladores, pierde contacto con la realidad, sumiéndose en una profunda soledad. La novela examina cómo el poder absoluto puede convertirse en una cárcel, donde la verdad se distorsiona y la soledad se agudiza, reflejando de forma brillante el mismo tema que hemos abordado en este artículo.