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Por Ramon Edwardo Berroa, periodista
Miguel se rodeo de vividores y la adulación minó su fortaleza moral y se dejo seducir por los halagos de ese grupo de vividores. La codicia conjuntamente con la vanidad lo convirtió poco a poco en un déspota, y un día quiso hacerse dueño de un caballo paso fino que tenia en su hacienda Don Mendo, y se dejó conducir por uno de sus áulicos, que lo indujo a acusar al propietario del animal codiciado de urdir una conspiración para deponer como jefe de la guerrilla a Cabral. La víctima del plan cedió, por su puesto, el corcel en que cifraba el orgullo de su hacienda para evitar las vejaciones del encierro a que se hallaba expuestos.
Cuando Miguelón fijaba sus ojos en alguna joven de la localidad la requería públicamente de amores y si era despreciado, se sentía íntimamente ofendido, y si no lograba convencerla con reglaos u otros beneficios, acudía al soborno. El padre o uno de los parientes más cercano de la joven era reducido a prisión con un pretexto cualquiera, y el precio de la libertad, tenia que ser desde luego el cariño de la doncella deseada y su entrega al galán uniformado.
Cuando el cambio que se opero en la costumbre y en el alma de Miguelón, llegó a conocimiento de su compueblano de la Jagua, su madre de crianza expresaba a sus informantes necesito para creerlo comprobarlo con mis propios ojos. Doña Elvira aprovecho unas de las treguas que se registraban en los vaivenes de la guerra civil para visitar en Rincón a su hijo de crianza. Pocos días después regreso a su hogar avergonzada, diciendo como es posible, le decía a su esposo, lo que he visto con mis propios ojos, que una persona cambie hasta ese punto y que de una humilde oveja se transforme en un perro rabioso. Don Ernesto frunciendo el ceño respondía invariablemente, son pocos los dominicanos que resisten el peso de un uniforme, lo que ha ocurrido a Miguelón también le ha pasado a la mayoría que ejercen en este país el mando. Calcúlese la extensión que puede alcanzar esa falla en nuestra psicología, en seres sin cultura de que la ropa militar lo convierte en nuestros pueblos más apartados de señores de orca y cuchillo.
Pero Ernesto Sandoval le repetía una vez más a su esposa Elvira, mi amor si tu quieres saber quién es mundito, dale un mandito.
La guerra civil entró hacia fines del 1873 en un periodo de inactividad por el desprestigio de ambos bandos. La revolución iniciada por Cabral y Luperón había sido incapaz de vencer al gobierno de Buenaventura Báez, y éste a su vez no pudo controlar los rebeldes, ni extender su autoridad a todo el territorio nacional. El régimen de Buenaventura Báez comenzó a sufrir entonces la deserción de sus principales figuras.
De ahí en adelante empezaron a reunirse la juventud de la época, para tratar de encontrar quién pudiera hacerse cargo del país y crear los cambios y las transformaciones que necesitaba la nación para provecho de las generaciones futuras.
En una de esas reuniones, uno de los jóvenes de mente progresista y de capacidad que contaba la juventud revolucionaria en ese momento y que perteneció al bando azul de Cabral, llamado Héctor Corporán, divisó a una persona y tuvo que concentrarse mucho en su pensamiento para acordarse de ella y después de mucho esfuerzo logro saber quien era, ¡oh, oh, Miguelón! Licenciado como todos los miembros de la guerra del sur, tras la caída de Báez vestía ahora ropa de civil y había perdido la postura marcial que le comunicaba el uniforme. En vez del hombre arrogante que desde el puesto de Rincón consumó todo genero de atropellos aún a familia adicta a Cabral, aparecía ahora en esas reuniones de la juventud puertoplateña con el mismo aire de humildad que le distinguió hasta el día en que cambio sus prendas de vestir, por un uniforme militar.
La pérdida de la ropa militar lo había transformado, despersonalizado, mohíno se sentía así mismo más pequeño y los demás lo contemplaban reducido ridículamente a su tamaño natural. El desinflamiento lo convertía antes sus ojos y antes los ojos de los demás en un personaje estrafalario. Su cuerpo dentro de ropa civil aparecía descompuesto, vacío, deshilachado, casi inspiraba lastima a cuantos hacían la inevitable comparación entre el muchacho de hoy y el león de ayer.
Que diferente comentada Corporán a sus amigos, como él había conocido a Miguelón en los cantores de la guerra en el sur, se proyectaba un dominicano vestido con atuendo miliar, y como se le ve luego como un hombre común. Seguía diciendo Corporán existe un abismo entre el hombre que conocimos en Rincón con presillas y el que vemos ahora reducido a un simple ciudadano sin rangos y sin mando.
El que fue un día miliar no se acostumbra a vivir sin esa ropa mágica, que tiene la virtud de cambiar no solo su aspecto exterior sino su misma psicología. Héctor Corporán no pudo resistir la tentación de acercarse a su antigua compañero en el sur, ambos pertenecieron al partido azul de Luperón, para interrogarlo sobre la participación de las actividades cívicas de la juventud puertoplateña.
Miguelón alagado por las referencias hechas a su vida como militar habló sin reservas. Terminada la guerra expresaba Miguelón a Corporán, me enganché en Santo Domingo como marino en una embarcación dedicada sabotaje entre diversos puertos nacionales, y conocí personajes de importancia de esta localidad, que visitaban la zona portuaria con frecuencia al igual que yo persona de mi misma edad. Formo parte en sus actividades políticas a José Eugenio Conjur y a Bubul Limardo.
Héctor Corporán le sigue interrogando: ¿a que aspira, para que expone nuevamente tu vida en estos quehaceres que no dejan de ser siempre peligrosos? Solo busco que se me presente la oportunidad de volver a vestir el uniforme que conquiste gracias al General Cabral y a su lugartenientes, Timoteo y Andrés Ogando. Mis amigos conocen esa aspiración mía y me han prometido ayudarme, espero ser presentado alguna vez al General Luperón y quizás me pueda incorporar a su escolta.
Ya de regreso a la capital de la república, supo Corporán que Miguelón había perecido justamente con otros amigos en un choque en la cuesta de Muñoz, entre la guerrilla organizada por el General Manuel María del Monte y las tropas leales al gobierno.