
Por Miguel SOLANO
Cuándo se puede sentir una lectura así
que te toca la vida
y tú descubre que puede haber muertos imperecederos
que como vivos
transitan en tu memoria.
Franklin Gutiérrez es profesor de literatura hispanoamericana y caribeña en The City University of New York y tiene 25 libros publicados, en distintos géneros. Hace unos días asistimos a un maravilloso acto donde bautizamos Muertos imperecederos, una escritura que convierte la muerte en efectos, en vez de causa.
Antonio Gutiérrez, pintor, facilitó el cuadro Regálame un minuto más, que sirve de portada a la obra y que simula haber sido diseñado para tal efecto, aunque parece ser un pedido de los muertos que buscan ganar un poco más de tiempo a través del lienzo que prolonga su existencia.
El libro, de 17 capítulos en 140 páginas, es una exegesis de la muerte, una explicación o interpretación de ese nuevo sendero por el que corretean los cuerpos. Con todo lo contradictorio y paradójico que hay en ello. Entre lo divino contiene el placer que se siente al escuchar la misa de este dominicano que es un sacerdote de la palabra escrita.
Entre los que se ganaron oraciones memorables están Olivorio Mateo, Ercilia Pepín, la sabia maestra y abuela de Trujillo, Erciná Chevalier, Franz Kafka, Celia Cruz, Charles Pinoli, Marie Laveau, Alfonsina Storni… Usted, que normalmente visita a sus difuntos, la próxima vez que vaya lleve consigo a Muertos imperecederos, léale algunos capítulos y pregúntele si ha visto a algunos de esos personajes en el mas allá. Y usted que nunca va al cementerio, en un rincón de su casa, léale a su difunto algo sobre el texto y dialogue con él. Luego, cuéntele a Franklin Gutiérrez, su experiencia.






