
**Desde la distancia suiza, mi corazón dominicano reconoce en la lucha palestina el eco de nuestras propias batallas por la soberanía y la dignidad.**
Los conceptos emitidos en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor
Por Iscander Santana
Desde Zúrich, Suiza
En el corazón de Oriente Próximo se desarrolla una tragedia que, aunque lejana, resulta dolorosamente familiar a cualquier latinoamericano que conozca su historia. No es una guerra convencional, sino una invasión por asentamiento: un colonialismo moderno donde la demografía se convierte en arma para
borrar una identidad y apropiarse de un territorio, ante la mirada impotente —o cómplice— del mundo.
Desde la neutralidad suiza, pero con el fuego y la nostalgia caribeña latiendo en el pecho, observo los paralelismos inevitables. Lo que ocurre en Palestina me recuerda las lecciones amargas de las Antillas: es el mismo manual de despojo que han usado los poderosos a lo largo de la historia. Se declara una tierra como «vacía» o «prometida», se justifica la ocupación con relatos de superioridad, y se desplaza a la población con leyes injustas y violencia sistemática. Es la misma lógica del conquistador, pero con drones y muros de concreto.
El apartheid moderno
Hoy, los colonos israelíes en Cisjordania no son pioneros; son el brazo ejecutor de una política de Estado. Sus asentamientos, ilegales según el derecho internacional, no son simples barrios. Son fortalezas de un apartheid del siglo XXI que fracturan el mapa palestino, tal como hicieron quienes dividieron nuestras islas. Son la razón por la que un palestino necesita un permiso para vivir en su propia tierra, mientras su vecino colono vive bajo leyes distintas.
Y luego está Gaza. La franja es el campo de concentración a cielo abierto más grande del mundo. Dos millones de personas —la mitad niños— sitiadas por tierra, mar y aire. El bloqueo israelí es un castigo colectivo que ahoga la economía, la salud y la esperanza, una realidad que nosotros en el Caribe entendemos
demasiado bien tras siglos de embargo y dominación.
La complicidad del silencio
La comunidad internacional, desde la cómoda distancia de Ginebra o Nueva York, emite resoluciones que se archivan y se olvidan. Mientras tanto, las potencias proveen las bombas y el veto diplomático que perpetúan la ocupación. Es una complicidad estructurada que nosotros, los pueblos del Sur Global, conocemos demasiado bien.
La solución de los dos Estados es un cadáver político, enterrado bajo medio millón de colonos. Quizás es hora de hablar de lo que realmente existe: un solo Estado, desde el Mediterráneo hasta el Jordán, donde israelíes y palestinos
tengan los mismos derechos. Un Estado secular y democrático. Israel se niega porque destruiría su carácter de Estado étnico-judío. Prefiere la perpetuación de un régimen de apartheid.
El ritmo inevitable de la justicia
Desde la tranquilidad de Zúrich, suizo por adopción pero dominicano de corazón, miro hacia Palestina y veo el reflejo de todas nuestras luchas por la libertad. La misma fuerza con la que defendimos nuestra isla late en la resistencia palestina. La diferencia es que hoy tenemos más herramientas para no mirar hacia otro lado.
La paz no llegará con más condenas vacías. Llegará cuando el mundo imponga costos reales a la ocupación. La justicia,
como el merengue, tiene un ritmo que tarde o temprano no se puede negar. Mientras tanto, el drama humano continúa.
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Iscander Santana
Analista internacional
Zúrich, Suiza*