
Los conceptos emitidos en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor
Por Iscander Santana
Zürich, Suiza
El Premio Nobel de la Paz 2025 otorgado a María Corina Machado ha desencadenado un debate sobre el significado mismo de la paz en contextos de confrontación política. Mientras algunos celebran el galardón como reconocimiento a la resistencia democrática en Venezuela, otros cuestionan si premia genuinamente la paz o más bien valida una estrategia geopolítica. Este artículo examina las principales objeciones al premio: desde el historial de protestas violentas hasta alianzas internacionales que proyectan más confrontación que reconciliación.
¿Liderazgo pacífico o movilización confrontativa?
Machado ha encabezado numerosas manifestaciones opositoras en Venezuela, muchas de las cuales han derivado en violencia. Aunque el régimen de Nicolás Maduro es responsable de graves violaciones a los derechos humanos documentadas por organizaciones internacionales, críticos señalan inconsistencias en el modelo de resistencia pacífica de la líder opositora.
Las protestas bajo su liderazgo no siempre mantuvieron un carácter pacífico. En varios episodios se registraron actos de vandalismo y enfrentamientos con fuerzas de seguridad que, según observadores independientes, no fueron
exclusivamente provocados por represión estatal. Su discurso ha privilegiado la confrontación directa con llamados a la desobediencia civil que, si bien legítimos en contextos autoritarios, no siempre incluyeron mecanismos claros para contener la escalada violenta. Además, Machado no ha condenado de forma inequívoca todos los excesos cometidos por sectores radicales de la oposición, generando dudas sobre su compromiso con métodos estrictamente no violentos.
Esta ambigüedad plantea una pregunta fundamental: ¿puede considerarse pacifista un liderazgo que tolera o no condena explícitamente la violencia cuando proviene de su propio sector político?
Narrativas en disputa: el presunto
secuestro de enero
En enero de 2025, Machado fue presuntamente secuestrada durante una protesta en Caracas. El episodio fue inmediatamente denunciado como detención arbitraria y generó condena internacional. Sin embargo, sectores críticos cuestionan la narrativa oficial del suceso.
El evento fue amplificado como herramienta propagandística para consolidar su imagen de víctima de la represión chavista. No se presentaron pruebas concluyentes sobre la autoría del presunto secuestro ni sobre su naturaleza exacta: si fue detención estatal, retención por grupos paramilitares o un montaje comunicacional. La cobertura mediática internacional resultó desproporcionada
cuando se compara con casos similares de activistas en otros países que enfrentan regímenes autoritarios con igual o mayor nivel de represión documentada.
Esta asimetría informativa alimenta la sospecha de que ciertos actores mediáticos magnifican episodios relacionados con Machado como parte de una estrategia para mantener a Venezuela en el foco internacional, no necesariamente por razones humanitarias sino geopolíticas.
Intervención extranjera: ¿democratización o injerencia?
Uno de los aspectos más polémicos del perfil político de Machado es su relación con la intervención extranjera en Venezuela. Aunque no ha solicitado
explícitamente una invasión militar estadounidense, ha respaldado consistentemente medidas que muchos analistas interpretan como antesala de acciones armadas.
Ha apoyado de forma activa sanciones internacionales que, según estudios independientes, han agravado la crisis humanitaria afectando desproporcionadamente a la población civil. Respaldó la activación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, mecanismo interpretado por varios gobiernos latinoamericanos como vía legal para justificar intervenciones militares. Su discurso de aceptación del Nobel incluyó un agradecimiento directo al presidente Donald Trump por su «decidido apoyo a la causa venezolana», lo que refuerza la percepción de alineamiento
con agendas intervencionistas de Washington.
Este vínculo con políticas de presión externa genera interrogantes éticos: ¿puede construirse una paz genuina cuando se acepta o promueve que potencias extranjeras determinen el futuro político de una nación mediante sanciones económicas o amenazas militares?
Alianzas estratégicas: paz selectiva
Las relaciones internacionales de Machado revelan un patrón de alineamiento con gobiernos que priorizan la confrontación ideológica sobre la diplomacia pacífica. Ha prometido restablecer relaciones diplomáticas con Israel, un Estado cuyas políticas en territorios palestinos han sido objeto de
condena por organismos internacionales de derechos humanos, incluida Amnistía Internacional, que documenta violaciones sistemáticas del derecho internacional humanitario.
El presidente argentino Javier Milei la ha respaldado públicamente, compartiendo una visión liberal-conservadora caracterizada por retórica polarizante y rechazo frontal al socialismo en todas sus expresiones. Esta alianza refuerza la crítica de que Machado representa más una figura de confrontación ideológica internacional que de reconciliación nacional.
Resulta paradójico que una Premio Nobel de la Paz establezca vínculos prioritarios con gobiernos acusados de prácticas beligerantes o autoritarias, mientras
excluye de su discurso cualquier apertura al diálogo con sectores políticos venezolanos que no comparten su visión. La paz que propone parece selectiva: válida solo para quienes se alinean con su proyecto político y sus aliados internacionales.
¿Premio a la paz o ingeniería política?
Una lectura crítica del galardón sugiere que el Nobel podría estar cumpliendo una función de preparación política más que de reconocimiento ético. La hipótesis es inquietante pero merece consideración: en caso de que Estados Unidos considere una intervención en Venezuela para derrocar al gobierno de Maduro, ya dispone de una candidata presidencial legitimada internacionalmente mediante el máximo galardón moral que otorga
Occidente.
Esta interpretación plantea que el Nobel no solo valida a Machado como líder moral sino que la posiciona estratégicamente como figura presidencial en un hipotético escenario post-intervención. El premio funcionaría entonces como herramienta de ingeniería política: construir desde ahora la legitimidad de quien podría liderar una transición dirigida desde el exterior.
Esta tesis cobra fuerza cuando se observa el patrón histórico del Comité Nobel de premiar a figuras funcionales a los intereses geopolíticos occidentales en momentos de tensión internacional. No es la primera vez que el galardón anticipa o acompaña cambios de régimen en países estratégicos.
¿Qué tipo de paz estamos premiando?
El Premio Nobel de la Paz ha reconocido históricamente a figuras controvertidas. Henry Kissinger lo recibió mientras bombardeaba Camboya. Barack Obama fue galardonado meses después de asumir la presidencia, antes de expandir programas de drones que causaron miles de víctimas civiles. Aung San Suu Kyi, símbolo de resistencia pacífica, permaneció en silencio ante el genocidio rohinyá. Estos precedentes demuestran que el Nobel no premia necesariamente la paz en sentido estricto, sino posiciones políticas que el Comité considera valiosas en coyunturas específicas.
En el caso de María Corina Machado, el galardón reconoce la perseverancia frente
al autoritarismo chavista, un mérito innegable dado el deterioro democrático y humanitario de Venezuela. Pero simultáneamente deja abierta una pregunta incómoda que debería inquietar a quienes valoran genuinamente la paz: ¿puede construirse reconciliación nacional desde la exclusión sistemática del diálogo, la confrontación permanente y la presión de potencias extranjeras?
La paz auténtica implica negociación, inclusión de sectores diversos y construcción de consensos mínimos que permitan la convivencia. El proyecto político de Machado, tal como se ha manifestado hasta ahora, parece priorizar la victoria total sobre el chavismo antes que la reconciliación nacional. Esa puede ser una estrategia política legítima en contextos de autoritarismo, pero llamarla
«paz» distorsiona el significado del concepto que supuestamente premia el Nobel.
Quizás el verdadero debate no es si Machado merece o no el galardón, sino qué entendemos por paz cuando la otorgamos a figuras cuyo proyecto político se construye más sobre la confrontación que sobre el encuentro, más sobre alianzas militares que sobre diplomacia pacífica, más sobre la victoria de un bando que sobre la reconciliación de una nación fracturada.