Por Miguel SOLANO
El bouquet del libro es el aroma que adquieren los versos a lo largo del tiempo. Dicho de otra manera, es la mezcla de sensaciones que van surgiendo durante su lectura.
De vez en cuando uno recibe un texto, lo toma en tus manos, te atrae su delicadeza y le susurra:
— ¡Eres vino. Hay que dejarte envejecer!
Eso me ocurrió cuando Fausto A Leonardo Henríquz me entregó su Poetas Interioristas Españoles. Yo tengo en mi oficina un escritorio donde pongo los libros por leer, en orden de llegada. Cada vez que le tocaba el turno a Poetas Interioristas Españoles, me venía al espíritu el «es vino. Hay que dejarlo envejecer».
Ayer sentí caminar sus versos y mi resistencia fue vencida. Empecé a tomarmelo, a solver su aroma, a vivir su espíritu. Cuando leemos un poemario no lo hacemos sólo para ver a dónde nos llevan sus imágenes , sino que deseamos vivir toda la experiencia sensorial. Dejar que el aroma de los versos inunden los sentidos para, posteriormente, disfrutar al máximo su tono y su lírica.
«Hacía un tartamudeo semejante a las palabras que utilizamos para hablar con los ausentes», Emilio Rodríguez. «y es porque La Esperanza me detiene el dolor o las lágrimas festivas…», Isabel Díez Serrano. «Mirar tus ojos es escuchar un corazón desalentado», Teodoro Rubio Martín. «imagen del amor que en tu voz ya fue al principio», Gonzalo Melgar de Corral.
Con esos ejemplos ya les dije lo que sentí al leer Poetas Interioristas Españoles. De ahí en adelante, es cosa de Dios.