
Los conceptos emitidos en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor
Por Eduardo Cornejo De Acosta
Durante, y luego de la Asamblea General de la ONU, donde está claro que hoy por hoy el Israel de Benjamín Netanyahu es un Estado paria, en las principales ciudades del mundo se vieron concurridas marchas y manifestaciones repudiando el genocidio en Palestina.
Llamó la atención, sobre todo, las que se efectuaron en Europa y en la ciudad de Nueva York. Y llama la atención porque los líderes europeos, por décadas, han asumido el relato israelí de la victimización, por encima de los hechos históricos que muestran cómo, desde 1948, el sionismo israelí inició un plan de exterminio y despojo en Palestina.
Y no es de extrañar porque las élites judías, que salieron más ricas e influyentes de la Segunda Guerra Mundial, extendieron sus tentáculos en Estados Unidos con los consabidos lobbys, y también en todo el Viejo Continente a través del sistema financiero, la industria del entretenimiento, las operaciones de inteligencia y el mundo académico; al final de cuentas, sin la decisiva participación de la anglósfera la nación israelí hubiera sido inviable.
El problema para ellos es que, gracias al surgimiento de medios de comunicación alternativos a las corporaciones mediáticas trasnacionales, a la torpeza y arrogancia del régimen sionista, el mundo se ha asqueado de sus aberrantes acciones, los pueblos han obligado a sus gobiernos a darle la espalda a Netanyahu y su camarilla.
Los sionistas han perdido la batalla en la opinión pública, pese a sus manipulaciones y aparataje global.
Los pronunciamientos de los mandatarios de España, Francia, Alemania, Reino Unido, se han debido a la presión de sus pueblos, de su opinión pública, de la opinión pública mundial.
Y eso es síntoma de que un nuevo orden mundial viene emergiendo. Otros actores poderosos, China, Rusia India, por citar a estos fundadores de los BRICS, también han podido socavar la narrativa occidental, la narrativa hegemónica y mostrar otras narrativas alternativas.
Han construido plataformas importantes, serias y creíbles. Esa credibilidad que ganan medios como RT, CGTN, Sputnik, la pierden los medios occidentales. Esa audiencia que gana Bollywood (por Bombay + Hollywood) la pierde la industria cinematográfica del occidente colectivo.
A eso se suman otras plataformas regionales en crecimiento, como Telesur o Hispantv, portales como Cuatro F.
Las versiones y argumentos alternativos han quebrado el hegemonismo mediático, han sensibilizado a la opinión pública mundial, la misma que manipulaban desde hace más de un siglo.
Opinión pública es un término acuñado por el influyente periodista norteamericano Walter Lippmann, en 1922, pero quien mejor lo desarrolló, en cuanto a su manejo, fue Edward Bernays, autor del famoso libro Propaganda, una especie de biblia, en Washington, para la manipulación de masas y el control social.
Bernays era sobrino de Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, y de allí, de los descubrimientos del tío, aprovechó su conocimiento sobre el subconsciente para desarrollar técnicas de persuasión.
Entendió que las personas no tomaban decisiones racionales sino guiadas por impulsos emocionales y deseos inconscientes. Así creó campañas que apelaban a las emociones y a las aspiraciones individuales, influyendo en los comportamientos y la aceptación de ideas sociales y políticas. Trabajó el concepto de “ingeniería del consentimiento”, combinando principios de la psicología de masas con estrategias de persuasión, moldeando la opinión pública, influyendo en el comportamiento del consumidor y manipulando el discurso político.
Aunque el libro Propaganda lo publicó en 1925, él inició sus andanzas en el Comité Creel, durante el gobierno de Woodrow Wilson.
Este comité tenía como misión lograr que el pueblo norteamericano apoyara que su país se involucrara en la Primera Guerra Mundial.
Con esa experiencia fue alimentando su visión, y, como dijimos líneas arriba, escribió Propaganda.
Su visión, que en realidad representa la de quienes lo apadrinaron, afirma que las élites y los expertos en comunicación deben guiar a la sociedad, ya que el ciudadano común y corriente no tiene capacidad ni tiempo para entender el mundo.
«El arte de la propaganda consiste en entender los deseos ocultos de las personas y presentarles soluciones que las hagan sentir que están eligiendo libremente», dice uno de sus párrafos más socorridos.
Muchos de sus preceptos siguen vigentes y en uso por sus herederos en Washington y sus derivados; sobre todo cuando se habla de segmentación de audiencias, el uso de emociones en la publicidad y la construcción de narrativas respecto a productos y candidatos políticos.
Desde los tiempos de Bernays, de Lippmman, las élites saben la importancia de manejar la opinión pública, de las masas, en eso no han variado mucho.
Pueden haber cambiado las tecnologías, la velocidad de la comunicación, pero esos manejos no. Tampoco las intenciones de las élites.
En ese contexto debemos entender el acto en la Casa Blanca de Donald Trump y Benjamín Netanyahu, el 29 de septiembre, en el que según sus palabras, tenían la solución para la paz en Gaza.
En esa reunión se presentó, más que un plan, una veintena de buenas intenciones, que nadie asegura que se cumplan porque la credibilidad de Trump y Netanyahu es más que cuestionable; porque, además, muchos de los puntos son muy subjetivos, a criterio de quien los interprete.
Se habla de paz en Gaza, pero no se toca el tema de fondo, que es la expoliación que Israel perpetra desde 1948 contra el pueblo palestino.
Ah, y como si fuera poco, entre quienes estarían como garantes del plan tenemos a Tony Blair, aquel político inglés que fue cómplice de George W Bush para la masacre en Irak, y para la invasión en Afganistán.
Todos queremos la paz en Palestina, que pare el asesinato de sus ciudadanos, pero queremos que se haga bien, con justicia, pero, sobre todo, que los palestinos sean quienes elijan su destino.
Esa aparición de Trump y Netanyahu tiene todos los visos de ser un acto para darle oxígeno al israelí, que viene muy desmejorado luego de su accidentada presentación en la ONU, donde la casi totalidad de representantes le mostraron su desprecio por el genocidio en Palestina.
Han tratado de lavarle el rostro pero el esfuerzo ha sido en vano. Su rostro está manchado de sangre inocente, está manchado con tinta indeleble.
El intento ha sido contraproducente, se ha tomado como un hecho desesperado, una actuación falsa, forzada, un sainete. Incluso, en algún momento de su intervención ante la prensa, Netanyahu dijo que no conocía el plan presentado por Trump.
Vamos a ver si los aliados tradicionales de la Casa Blanca, que recientemente se pronunciaron contra Israel, reculan algo, “en aras de esperar que se concrete la paz propuesta por Trump”.
En todo caso, hay que esperar unos días para tener más claro el panorama de esa propuesta. Sobre todo, en que situación quedaría el pueblo palestino que tantos muertos ha sufrido y cuya infraestructura básica está colapsada.
Mientras tanto, la flotilla humanitaria Sumud Global, con medio centenar de embarcaciones de diversos países, seguía desarmada y cargada de ayuda rumbo a Gaza.
El domingo 28 de septiembre, partió otra flotilla desde Sicilia. Ahí van diez naves ligeras y personas de varias nacionalidades, entre ellas algunos parlamentarios franceses.
¿Qué hará el régimen israelí? ¿Qué hará esta élite genocida que ha bombardeado sedes de la UNESCO, de la Cruz Roja, de hospitales humanitarios de la ONU? ¿Permitirá la entrega de esa ayuda?
La opinión pública mundial ya tomó, justificadamente, posición en favor de Palestina, en contra del genocidio. Lo del 29 de septiembre ha sido una maniobra desesperada, no convence a nadie con un mínimo de razonamiento e información.
Netanyahu no es confiable, su régimen no es confiable. Al momento que redactábamos este artículo seguía desangrando a Palestina.