
Los conceptos emitidos en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor
Por Marisela Gutiérrez
No escribo para agradar, escribo para que despierten
Existe un refrán que dice: “Quien es amigo de todos, no le es leal a nadie”, y no está lejos de la realidad. En un mundo donde los intereses personales, las conveniencias y las apariencias dominan muchas relaciones, la figura del «amigo de todos» suele ser más una estrategia de supervivencia que una expresión genuina de afecto o lealtad.
Ser amigo de todos puede parecer algo positivo: alguien que no tiene enemigos, que cae bien en todos los círculos, que evita los conflictos.
Sin embargo, cuando se observa más de cerca, esa posición muchas veces implica neutralidad ante las injusticias, falta de compromiso y ausencia de principios sólidos.
Porque ser amigo verdadero implica tomar partido, defender, corregir y acompañar, incluso cuando las cosas no son fáciles.
La amistad auténtica conlleva lealtad, sinceridad y sobre todo, límites.
No se puede estar bien con todos si en algún momento hay que tomar decisiones que pongan a prueba los valores. El que nunca se incomoda, nunca se pronuncia, nunca se enfrenta, difícilmente puede ser un amigo real.
En resumen, el que busca agradar a todos, pierde su esencia y su credibilidad.
Porque ser amigo de todos, sin convicción ni coherencia, termina siendo lo mismo que no ser amigo de nadie.






