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Por Doctor Ramón Ceballo
Desde 2017, la relación entre Donald Trump y Elon Musk ha sido una montaña rusa de alianzas estratégicas, tensiones crecientes y rupturas mediáticas. Más allá de lo personal, este enfrentamiento revela el trasfondo de una dinámica más amplia: la lucha constante entre la política y la economía, donde los intereses no siempre coinciden, y cuyas decisiones en forma de políticas de Estado impactan directamente a grupos económicos con agendas propias.
Esta simbiosis, muchas veces encubierta por discursos públicos, es en realidad un maridaje de alto riesgo que puede desestabilizar tanto los mercados como la institucionalidad democrática.
Lo cierto es que en 2017, Elon Musk fue designado miembro de varios consejos asesores presidenciales durante los primeros meses de la administración de Donald Trump, incluyendo el Consejo de Fabricantes y el Foro Estratégico y de Políticas. En ese momento, su presencia se interpretó como un puente entre el poder político tradicional y el emergente liderazgo tecnológico de Silicon Valley.
Sin embargo, el retiro de EE. UU. del Acuerdo de París marcó el inicio de una confrontación ideológica que, con el tiempo, escaló hasta convertirse en una batalla abierta de declaraciones, boicots y señalamientos que ha tenido consecuencias económicas, ambientales y políticas de alcance global.
Su presencia en estas plataformas tenía como objetivo tender puentes entre el gobierno federal y el ecosistema tecnológico de Silicón Valley, especialmente en áreas como innovación, energías limpias y desarrollo industrial.
Musk, en ese entonces CEO de Tesla y SpaceX, representaba una figura clave en la transición hacia la movilidad eléctrica y las energías renovables, por lo que su participación fue vista como un intento de influir en las decisiones de política pública desde adentro del aparato estatal.
Pero la verdad es que, la relación comenzó a deteriorarse drásticamente cuando, el 1 de junio de 2017, Trump anunció que Estados Unidos se retiraría del Acuerdo de París sobre el cambio climático, un compromiso internacional firmado por casi 200 países para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, es decir gases que atrapan el calor en la atmosfera.
Esta decisión fue duramente criticada por líderes mundiales, científicos y sectores empresariales. Para Musk, fue el punto de inflexión, al día siguiente de la decisión, anunció su renuncia a los consejos presidenciales como un acto de protesta, declarando en su cuenta de Twitter: “El cambio climático es real. Salir de París no es bueno ni para América ni para el mundo, por eso he dejado los consejos presidenciales”.
El desacuerdo se amplificó con las políticas medioambientales de Trump el debilitamiento de la Agencia de Protección Ambiental (EPA), fomento del uso de combustibles fósiles, y desregulación de industrias contaminantes.
Musk, en contraste, basa su imperio empresarial en la transición energética, la movilidad eléctrica y la exploración espacial con enfoque ecológico. Esta divergencia no solo es ideológica, sino que plantea visiones antagónicas del futuro económico y tecnológico de Estados Unidos.
Esos episodios no solo marcaron una ruptura simbólica entre Musk y Trump, además, fue el primer gran desencuentro que prefiguró las hostilidades que más adelante se harían públicas y mucho más personales, también la que dejó en evidencia la tensión estructural entre la visión industrial basada en los combustibles fósiles que promovía Trump y la visión futurista y ambientalista que Musk defendía.
No obstante, a lo largo de los años siguientes, Musk y Trump mantuvieron una relación ambigua, alternando entre elogios y críticas. En el contexto de las elecciones presidenciales de 2024, sus vínculos se reactivaron de forma sorprendente.
Musk, preocupado por ciertas tendencias políticas progresistas y por lo que él percibe como amenazas a la libertad de expresión y al libre mercado, volvió a manifestar su apoyo a varias propuestas del Partido Republicano, incluyendo algunas defendidas por Trump.
Esta reanudación de relaciones ha sorprendido a muchos, especialmente por el carácter volátil y directo con que ambos se han atacado en el pasado, pero también refleja cómo la política tecnológica y empresarial ha comenzado a redefinir los ejes tradicionales del poder en Estados Unidos.

Las disputas entre Donald Trump y Elon Musk no son meras diferencias de opinión, sino que tienen consecuencias directas en los mercados y en el ecosistema empresarial estadounidense. Las declaraciones públicas de ambos han influido en la cotización bursátil de empresas como Tesla, SpaceX y X (anteriormente Twitter), propiedad de Musk. En varios momentos, los comentarios de Trump sobre las políticas económicas y regulatorias han provocado caídas o alzas súbitas en el valor de acciones tecnológicas.
Recientemente, las tensiones han escalado con la propuesta de Trump, especialmente con el proyecto de ley “Gran y Hermoso”, que eliminaba incentivos a los vehículos eléctricos y acusaba a Musk de manipular cifras. Musk respondió que los aranceles propuestos por Trump podían provocar recesión y estimó que éstos aumentarían el déficit en US$ 2.4 billones.
Trump, en tono despectivo, calificó a Musk de “loco” y lo acusó de ingratitud, advirtiendo que podría retirar contratos y subsidios a empresas como Tesla, SpaceX y Starlink , Ademas imponer un impuesto del 10% a productos tecnológicos importados. Musk, cuya cadena de producción está globalmente integrada, criticó la iniciativa por considerarla perjudicial para la innovación y la competitividad estadounidense.
Las empresas de Musk, especialmente Tesla, han perdido valor bursátil este año tras una combinación de factores, reducción de incentivos a los vehículos eléctricos, competencia de fabricantes chinos, y la incertidumbre generada por las políticas republicanas.
Además, el choque ha evidenciado una fragmentación dentro del empresariado estadounidense. Mientras algunos líderes del sector tecnológico han optado por apoyar a Trump por su discurso pro empresarial, otros, como Musk, se han vuelto más erráticos, oscilando entre el pragmatismo económico y las posturas ideológicas.
El enfrentamiento entre Musk y Trump ha abierto una grieta dentro del Partido Republicano. Mientras Trump sigue siendo la figura dominante, con un discurso nacionalista y populista, Musk representa una facción más tecnocrática, pro innovación y defensora de ciertos valores libertarios. Aunque coinciden en temas como la crítica a la “cultura de la cancelación” y el rechazo al control gubernamental excesivo, sus prioridades estratégicas son distintas.
El conflicto ya ha provocado pérdidas millonarias en bolsa. Tesla perdió más de 14% en un solo día, equivalentes a más de US$ 150 mil millones; en total, ha registrado una caída del 30% en 2025, borrando hasta US$ 199 mil millones en capitalización de mercado.
La pugna entre Donald Trump y Elon Musk no puede leerse únicamente como un conflicto entre dos figuras públicas con personalidades dominantes. Es el síntoma visible de una tensión estructural entre los grandes centros de poder económico y las esferas de decisión política. La política, en su función reguladora, muchas veces choca con las ambiciones expansivas del capital tecnológico; mientras que la economía busca moldear las decisiones del Estado a través del lobby, la influencia mediática y el financiamiento político.
El caso Trump-Musk expone cómo los desacuerdos sobre políticas ambientales, regulación tecnológica o la dirección económica de un país pueden fracturar incluso alianzas que parecían sólidas. En 2024, Musk volvió a expresar su apoyo a la candidatura de Trump, un giro que evidencia hasta qué punto las relaciones en la élite político-empresarial pueden ser pragmáticas, inestables y profundamente influenciadas por intereses coyunturales.
En un contexto global donde la inteligencia artificial, el cambio climático y la geopolítica digital dominan la agenda, este tipo de conflictos adquiere una dimensión aún más crítica. La ciudadanía, por tanto, debe mantenerse vigilante: cuando el poder político y el poder económico se enfrentan o se alían, son los derechos, el medio ambiente y el futuro colectivo los que quedan en juego.
musk trump.