
Rusia ha detenido a un ciudadano uzbeko por el atentado contra Igor Kirillov, lo que puede desatar acciones discriminatorias contra ciudadanos de este país
Rusia ha detenido a un ciudadano de Uzbekistán que confesó haber colocado y detonado la bomba que mató al teniente general Igor Kirillov en Moscú el martes. Seguía instrucciones del servicio de seguridad de Ucrania, que ha reivindicado el atentado.
Kirillov, de 54 años, era jefe de las Tropas de Protección Radiológica, Biológica y Química de Rusia. Estaba acusado de usar armas químicas en la guerra contra Ucrania. Murió en la puerta de su edificio de apartamentos junto con su asistente cuando explotó una bomba escondida en un patinete eléctrico. Es el oficial militar ruso de mayor rango asesinado dentro de Rusia por Ucrania.
«Tenemos más pruebas de que el régimen de Kiev no se detiene ante nada, incluido el terrorismo», declaró a la prensa el portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov. El presidente Vladimir Putin expresó en privado sus condolencias a la familia del general.
«Tenemos más pruebas de que el régimen de Kiev no se detiene ante nada, incluido el terrorismo», declaró a la prensa el portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov. El presidente Vladimir Putin expresó en privado sus condolencias a la familia del general.
La eliminación de Kirillov tiene un alcance más bien simbólico dada la voluminosa cúpula militar rusa: es infantería lo que le falta a Putin, no generales. Pero al mismo tiempo el régimen siempre pugna por encontrar un equilibrio entre un nivel de competencia y una obediencia ciega, y Kirillov era uno de esos perfiles necesarios. Con el asesinato del general, Kiev aspira a transmitir inseguridad a la cúpula del régimen, que libra desde la distancia una guerra cómoda que prácticamente sólo entraña destrucción y riesgos al otro lado de la frontera.
Desde que empezó la gran invasión los servicios de inteligencia rusos se han centrado en el control de la población en general y la disidencia en concreto. Vigilando a tantos ciudadanos corrientes y también a posibles infiltrados de Ucrania, los agentes rusos se han visto sorprendidos por acciones terroristas como el atentado islamista del pasado marzo, considerado el ataque terrorista más mortífero en Rusia en más de una década. Que ahora Ucrania, la principal obsesión rusa, haya llegado hasta el corazón de Moscú para matar a un alto mando ha dejado todavía más en ridículo a los servicios de inteligencia rusos.
En las filas del ultranacionalismo ruso, que jalea cada día la destrucción de Ucrania, vuelve a propagarse una mezcla de bochorno y paranoia. Yuri Kotenok, un destacado propagandista ruso, reaccionó al atentado denunciando la existencia de una abultada «quinta columna» dentro de Rusia «que en realidad es una enorme capa de decenas, o cientos de miles, que participan en misiones activas o latentes para el enemigo».
Kotenok y otros exponentes del ala dura del putinismo creen que «la ley marcial debería introducirse no sólo en las zonas fronterizas, no sólo donde vuelan los proyectiles».
Matar por dinero y un pasaporte
El Comité de Investigación de Rusia informó en un comunicado el miércoles que el sospechoso les ha confesado que había venido a Moscú para llevar a cabo una misión para los servicios de inteligencia de Ucrania, que le ofrecieron 100.000 dólares por su papel en el asesinato y residencia en un país europeo.
El detenido llegó a Moscú por encargo de los servicios de inteligencia de Ucrania, compró un patinete eléctrico y luego recibió un dispositivo explosivo casero para llevar a cabo el ataque meses después. Colocó el dispositivo en el patinete eléctrico que tenía aparcado delante de la entrada del bloque de apartamentos donde vivía Kirillov.
El sospechoso también instaló una cámara de vigilancia en un coche de alquiler cercano, de modo que los organizadores del asesinato, que según su testimonio estaban en la ciudad ucraniana de Dnipro, usaron la cámara para ver cómo salía la víctima de su apartamento.
Los canales Shot y Baza informaron de que el nombre del sospechoso es Ajmad Kurbanov. Fue detenido en el pueblo de Chernoye, cerca de Moscú.
El servicio de inteligencia ucraniano SBU había acusado a Kirillov de ser responsable del uso de armas químicas contra las tropas ucranianas, algo que Moscú niega. Tras conocerse su muerte, el SBU asumió la responsabilidad del ataque. Rusia llevará el viernes a la ONU el caso del asesinato de su general a manos de Ucrania, declaró el Ministerio de Exteriores ruso.
El ex presidente Dmitri Medvedev cargó iracundo contra un editorial del periódico londinense The Times que calificaba el asesinato como «un acto legítimo de defensa de una nación amenazada». El actual número dos del Consejo de Seguridad de Rusia advirtió a los «malditos chacales» del ‘Times’ que la misma lógica implicaría que los funcionarios occidentales que proporcionan ayuda militar a Ucrania serían objetivos legítimos para Rusia y también para ellos: «¡Tened cuidado! Porque en Londres pasan muchas cosas».
Los investigadores siguen identificando a otras personas implicadas en el ataque. Los organizadores del atentado reclutaron a los ejecutores a través de unos chats de mensajería instantánea, proporcionándoles los contactos de un oficial de enlace del SBU. El diario Kommersant informó de que otro sospechoso había sido detenido. A ambos los siguieron las fuerzas del orden directamente desde la escena del crimen, donde las cámaras de vigilancia grabaron dos vehículos sospechosos.
Fuente EL MUNDO