Marcus Garvey fundó en 1917 la Universal Negro Improvement
El activista jamaiquino Marcus Garvey (1887-1940) fundó en 1917 en Manhattan, en pleno corazón de Harlem, la Universal Negro Improvement Association (UNIA), para unificar a la diáspora afrodescendiente, dotándola del semanario Negro World (1918-33), la corporación de negocios Negro Factory, la naviera Black Star Line, y los acogedores Liberty Halls. Una verdadera revolución pacífica reivindicó derechos y orgullo étnico en una ola que llegó a unos 40 países, impactando en nuestro Macorís del Mar.
En 1920 UNIA congregó su convención internacional en el Madison Square Garden proclamando la Declaración de Derechos de los Negros, con desfile por 5ta Avenida de unos 500 autos presidido por Garvey. Encarcelado en 1925 y deportado en 1927.
El garveyismo promovía el retorno de la diáspora a África, en especial a Liberia. Ya radicado en Londres, Garvey nunca la visitó, pese a su retórico rol de “Presidente Provisional” en una virtual África descolonizada y unificada.
En Jamaica fue impresor contrario a la inmigración de braceros de la India. En Costa Rica laboró en plantación de la United Fruit, editando medios en Honduras, Colombia, Venezuela y Panamá. En Londres estibó en los muelles, fue mensajero, tomó clases nocturnas y asistió al British Museum, publicando en Tourist.
UNIA estuvo marcada por crisis de liderazgos y divisiones, que la debilitaron. Garvey mismo sería calificado de demagogo, segregacionista y supremacista racial, mercantilista. Juan Niemen decía que sus adversarios en la comunidad cocola macorisana lo calificaban de loco.
El 7/12/1919, en la Iglesia Episcopal Metodista Africana, unas 300 personas formaron el capítulo 26 de la UNIA, presidido por el reverendo Phillip Van Putten, con directiva mayoritaria de cocolos súbditos británicos. Notificada al gobernador militar Snowden y al gobernador civil provincial, fue en apariencia acogida, pero vigilada por el régimen de Ocupación.
En agosto de 1920 Van Putten asistió a la convención del Square Garden y denunció que en el país había un sistema dominado por españoles y americanos blancos para frenar una mayor inmigración negra. Siendo muy productivo y controlado por extranjeros, los millones generados iban a los blancos y nada para el negro, que recibía 1 dólar por jornada. En la costa Norte los inmigrantes oriundos de EE. UU. producían guineos y cocos, pero carecían de medios. A su regreso, Van Putten fue acosado por pastores blancos, entre ellos Archibald Beer de la Iglesia Episcopal y vicecónsul británico.
En diciembre del 20 el capítulo 26 celebró su 1er aniversario con asistencia de unos 2 mil obreros y técnicos azucareros, artesanos, domésticas, pequeños comerciantes, bajo la presidencia del reverendo Dixon E. Phillips, de Tobago. En enero del 21 acordó un aporte de 25 centavos por 20 semanas para la Black Star Line. James Cook, carpintero de St. Martin con 27 años en el país, levantó el local.
Pero el 3/9/1921 los marines junto a policías irrumpieron en una reunión y arrestaron a sus líderes con Phillips a la cabeza. Una marcha de protesta de la UNIA alcanzó las oficinas del reverendo y vicecónsul Beer, arreando la bandera británica. El preboste, capitán Kincade, asumiendo la presencia de tendencias bolcheviques y anarquistas, realizó nuevos arrestos. Juzgados, los líderes fueron multados al pago de $4.
Conforme a García Muñiz y Giovannetti, en Garveyismo y Racismo en el Caribe, incidieron en los hechos el racismo de la oficialidad americana, la disputa entre las iglesias blancas Episcopal y Moraviana y las de los cocolos, y la percepción de UNIA como amenaza al orden establecido, pese a su perfil pacífico.
En este contexto arribó John de Bourg, enviado desde NYC para bajar tensiones. Se acreditó ante Snowden y remitió cartas a W. Churchill (Secretario para las Colonias) y al cónsul británico en Sto. Domingo, denunciando al vicecónsul Beer y resaltando el carácter de súbditos de los afectados. Acudió ante el comité del Senado de EE. UU. que nos visitaba para ponerlo en auto. Visitó a los gerentes Kilbourne y Bass del ingenio Consuelo y explicó el carácter pacífico y solidario de UNIA, coincidente con Garvey quien rechazaba el bolchevismo. Aclaró a los mandos de Ocupación las diferencias de UNIA con la más radical African Blood Brotherhood.
Aun así, tras un mitin en Consuelo, de Bourg, sometido en Macorís por el capitán Kincade y el reverendo Beer, fue condenado a $300 o 6 meses de cárcel. Proceso desautorizado por el gobernador Robison. UNIA fue autorizada a operar, el 30/4/1922, al no representar riesgo a la paz y el orden.
Esta visita relanzó el capítulo 112 de la UNIA que operaba en Santo Domingo presidido por Josiah N. Daviron, cuyo capellán era John R. Phypher de la Metodista Episcopal Africana. En Sánchez funcionaba el capítulo 315 bajo John J. Chapman. Wilfred E. Rowland, del ingenio Santa Fe, dirigiría UNIA en Macorís por 8 años hasta su paso a la Grenada.
Durante la Era de Trujillo, afirman los autores, se dio un fenómeno de asimilación de los cocolos, pese a normas y programas de “dominicanización del trabajo”, al fijarse 70% nacionales y 30% extranjeros en la composición de la fuerza laboral. Y el pago del salario en dinero, en vez de vales o tokens de las empresas sólo válidos en sus bodegas.
El desplazamiento cocolo en el corte por los haitianos fue acelerado por el Crack del 29 y la depresión de los 30. Ocupando los trabajos calificados de factoría, ferrocarril, almacén, e integrando una comunidad estable, en barrios como Miramar y Moño Corto, y en bateyes centrales. De bien ganado prestigio como gente confiable, disciplinada, laboriosa, practicante de valores cristianos familiares.
Moscoso Puello, director del H. San Antonio de Macorís, destaca sus escuelas apoyadas por iglesias con pastores que hablaban inglés culto y “negro English”. Fiestas barriales a ritmo del calipso trinitario, con tambores, clarinete, cornetín y flauta. Y romerías pascuales con cocolos “vestidos de indios caribes”, bailando al tum tum de tambores, triángulos y flautines, con vistosas plumas. Hoy patrimonio cultural de la humanidad.
Más allá del azúcar, esta comunidad ha ganado merecido prestigio en la valoración de los grupos étnicos que integran la sociedad. En las profesiones liberales, técnicas, en las artes, la música y los deportes.
Generaciones descendientes de cocolos han descollado en Grandes Ligas con Rico Carty, Alfredo Griffin, Sammy Sosa, Ricardo Joseph, en la liga dominicana Walter James, George “Garabato” Sackie, Chico Conton, Pepe Lucas (José Saint Claire), muchos oriundos de Consuelo. Violeta Stephen hizo historia en la ópera en La Voz Dominicana. La familia Lockward Stamers, oriunda de Islas Turcas y Caicos, nos aportó a Juan, consagrado cantautor, George, periodista e historiador, Fonchy, educador y político, Alanna, animadora cultural, Antonio, catedrático y narrador, Andrés, economista.
En iglesias cristianas como la Episcopal han brillado Telésforo Isaac y Ashton Brooks. En el jazz resuena risueña la trompeta vibrante de Pruddy Ferdinand y sobresale la obra promocional de Carlos Fco. Elías, crítico de cine y columnista cultural. Poeta raigal y catedrático, Norberto James Rawlings estampó sello autoral a Los Inmigrantes (“Aún no se ha escrito la historia de su congoja/ Su viejo dolor unido al nuestro”). Avelino Stanley, narrador galardonado y editor. Nadal Walcot, con sus plumillas, plasmó el retrato de la comunidad cocola viva en el batey, recorrido por locomotoras y bailes de historia bíblica.
El general Charles Dunlop y su brother Marcos Charles, en NYC con décadas de servicio, junto a Eduardo Dinzey Mason, oriundos de San Pedro, han honrado el ejercicio hipocrático con seña humanitaria. El profesor Egbert Morrison fundó dinastía de valiosos educadores, poetas, técnicos. El maestro en alta costura Charles Dore, de Nevis, nos legó a Carlos, el pelotero, y al otro Carlos, eminente sociólogo.
Mr. Hodge nos instruyó en inglés en La Salle y tocó el órgano en las misas dominicales de la catedral. Chapman fue y sigue siendo su estirpe sinónimo de maestría cerrajera. Aquiles Hamilton Coplin prodigó enseñanzas y honradez en la Facultad de Economía de la UASD. Melvin Matthews nos orienta con sesudos análisis internacionales en la prensa.
Theophilus Chiverton, Primo, y Daniel Henderson, Linda, nos legaron con esfuerzo, gracia y talento, la magia músico danzante de los Guloyas, gloria de la patria y la humanidad. Disfrutamos del alicorado guavaberry, los crocantes yaniqueques, la sopa de molondrones y el pan cocolo. Aportes gastronómicos de esta comunidad.
En Garveyismo y Racismo en el Caribe, García Muñiz y Giovannetti nos convocan a un debate sobre la intricada madeja de prejuicios raciales que como sociedad de gestación multiétnica ha fraguado la nuestra apelando a un amplio argumentario. Es una materia elusiva en el discurso académico local, amparado en el viejo apotegma de que los “dominicanos somos todos iguales”, que oculta bajo el mantel nuestras tectónicas desigualdades.
Recientemente, académicos norteamericanos y dominicanos arraigados en universidades de Estados Unidos, ubicados en el campo de la historia, los estudios antropológicos y las nuevas perspectivas de género, han formulado tesis – a veces rayanas en imputaciones descontextualizadas de los marcos históricos- que nos sitúan como una suerte de Apartheid caribeño o afectados como sociedad toda por un crónico daltonismo que nos impide vernos coloreados en el espejo.
Cuando los artistas republicanos españoles y centroeuropeos arribaron al país en 1939/40 en contingentes masivos auspiciados por el Servicio de Evacuación de Republicanos Españoles (SERE), descubrieron a las negras y mulatas y a los negritos, deslumbrados junto a la luminosidad y vegetación tropical exuberante. Plasmando en lienzos y murales la formidable anatomía recién descubierta. Fue el redescubrimiento ibérico que, para consumo dominicano, representó situarnos frente a nuestro propio espejo.
Tema fascinante que debe asumirse con seriedad descarnada.
Fuente: Diario Libre