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Por Héctor Miolán
Tenía muchos años que no transitaba por Broadway y la calle 157 del alto Manhattan.
En la esquina que confluyen ambas calles se encuentra un parquecito en forma de triángulo. En el mismo nos encontramos con el Dr. Merejo, quien estaba acompañado de su señora esposa, profesora Ivelisse Melo.
La esquina estaba un poco poética, pero lo cierto era más bien filosófica. Esto lo digo sin la menor presunción.
La premura de la gran prisa por iniciar la conversación se nos ligó con lo casi agradable del clima.
Caminamos en sentido norte en busca de un lugar apropiado para conversar de filosofía, en particular de la especialidad del Dr. Merejo y su mundo cibernético.
Merejo desde mucho tiempo atrás viene siendo el gurú dominicano de la área tecnológica en el campo de la filosofía.
Nuestra conversación giró en torno al mundo del internet y todo lo que es el espacio cibernético, la inteligencia artificial. Confieso le cuestionaba constantemente por el ansia de seguirme surtiendo en ese hermoso y fantástico mundo; el ansia se explica por lo corto del tiempo que teníamos y nos imponía la realidad.
El café amargo se coló en mi de manera furtiva, ya que lo tomo siempre dulce; al Dr.Merejo pedirlo sin azúcar y la premura de mi parte en la conversación me hizo olvidar el azúcar.
Éste café filosófico fue realizado en un restaurante de Broadway en plena comunidad dominicana.
Pensé e imaginé cómo eran esas tertulias filosóficas de Sartre, Beauvoir y otros intelectuales en el París de entonces.
Admito que fui un poco desesperado durante el diálogo filosófico, porque quería abarcarlo todo. En mi caso por nutrirme de los conocimientos que posee el Dr. Merejo.
Éste diálogo me retrotrajo a los coloquios filosóficos que inicie en la comunidad cultural dominicana al comienzo del presente siglo.
Considero que la epistemología y la ciencia del conocimiento aplicada a la tecnología tiene en el filósofo en cuestión el padre de esa área en República Dominicana. No se equivocó Diógenes Céspedes al calificarlo por allá en los finales del siglo pasado, como el filósofo de la tecnología. En esta afirmación hago una abstracción memorística.
Otra cosa que tratamos fue lo del papel del intelectual orgánico. Además del intelectual y el poder. Se habló de Foucault.
Hablamos también del reconocimiento del intelectual con capacidad y preparación, sin importar la ideología o política que profese dicho intelectual.
En éste sentido, le hablé de la grandeza de Lenin en cuanto a la objetividad de éste al elegir a Anatoly Lunacharsky como comisario de educación y cultura; al inicio de la revolución bolchevique del 1917, sin importarle las grandes diferencias filosóficas e ideológicas que sostuvieron durante la discusión entre ambos respecto al materialismo y el idealismo; ya que Lunacharsky había optado por identificarse con el idealismo de Mach y Avenariu, lo cual Lenin le combatió, pero esto no impidió que Lenin lo nominara para el cargo de cultura y educación.
Esas mismas pinceladas las dimos al respecto de cierta intelectualidad, con la cual, particularmente yo, no comulgo ideológicamente, pero por eso nunca me dejado obnubilar, ya que le reconozco sin reservas sus capacidades.
No se pudo quedar su explicación a sus últimos ensayos en los cuales viene expresando sus ideas respecto al el historiador y filósofo judío israelita Yuval Noah Harari en cuanto a la Inteligencia Artificial.
Pienso, para concluir, que: dos peripatéticos como Aristóteles caminaban por Broadway filosofando y tirando palabras al viento frío. Dos caminantes que no eran, ni son griegos, sino dominicanos en pleno siglo XXI.
De ahí, que rechazamos y concordamos en relación al rechazo de ciertos intelectuales alienados, quienes se atemorizan cuando se trata de enfrentar ideas erróneas, expuestas por intelectuales extranjeros.
Nueva York,