
Los conceptos emitidos en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor

Por: Becker Márquez Bautista
El poder, en su esencia, es un fenómeno tan efímero como la brisa que hoy acaricia y mañana se disipa. Es una verdad inmutable que, a pesar de su constante reiteración a lo largo de la historia, parece ser una lección que algunos se niegan a aprender. La creencia en la perpetuidad de un puesto en la administración pública es, sin duda, una peligrosa quimera. Como bien expresara el expresidente Salvador Jorge Blanco, con una sabiduría que trasciende generaciones, «El poder es como una sombra que pasa».
Esta profunda verdad resonó de manera especial en un evento que tuve la oportunidad de presenciar en agosto del 2020, en el Ministerio de Medio Ambiente. Aquella mañana, un encuentro organizado por un amigo nos reunió en torno a la figura del Dr. Orlando Jorge Mera, cuya presencia siempre irradiaba una lucidez particular. Durante un conversatorio, el Dr. Jorge Mera compartió un consejo que hoy, más que nunca, cobra una relevancia crítica: «Mi padre en varias ocasiones nos decía en palacio: ‘El poder es como una sombra que pasa’, lo que significa que los cargos y las posiciones son transitorios, y que nada es permanente en esta tierra».
La ironía de aquel momento radica en que la mayoría de los presentes en aquel evento fueron designados días o meses después por el presidente Luis Abinader en importantes posiciones, ya sea en embajadas, consulados u otros cargos. Lamentablemente, al parecer, el mensaje del Dr. Orlando Jorge Mera no caló tan hondo como cabría esperar; solo los desmemoriados olvidan este consejo.
Esas designaciones, lejos de servir como un llamado a la humildad y al servicio, han transformado a algunos de esos amigos. Los ha despojado de su sensatez y compañerismo, llenándolos de una arrogancia y prepotencia que resulta alarmante. Es como si el destino de los funcionarios del gobierno del PLD, que vieron sus imperios desmoronarse, no hubiera servido de escarmiento. La obtención de un cargo ha sacado a relucir la verdadera personalidad de estos individuos, evidenciando una desconexión palpable con los principios de servicio público y lealtad a los dominicanos y, por supuesto, a sus compañeros que juntos construyeron el cambio y el triunfo del Partido Revolucionario Moderno (PRM).
En lugar de ser pilares que fortalezcan la gestión del presidente Luis Abinader para que culmine con éxito este cuatrienio, estos funcionarios se han convertido en obstáculos, desayudándolo al maltratar y humillar a quienes no les rinden pleitesía. Parecen creerse faraones o emuladores de un personaje que había desaparecido: «El Periclito varón», olvidando que su liderazgo no se sustenta en una autoridad divina, sino en la confianza depositada por los compañeros, por las compañeras y por el propio presidente. No se dan cuenta de que sin el apoyo de los ciudadanos y, evidentemente, sin los compañeros, son, en realidad, líderes con pies de barro y políticos de pacotilla, cuya influencia es tan frágil como la arena entre los dedos.
La historia es una maestra implacable, y su principal lección es que todo lo que sube baja; nada es eterno en el mundo. Este principio fundamental debería resonar en los pasillos de cada despacho público. En la República Dominicana, solíamos usar un término muy gráfico que encapsula esta sabiduría popular: «Que guarden pan para mayo». Una advertencia clara de que los tiempos de abundancia y poder son pasajeros, y la soberbia de hoy puede ser la miseria de mañana. La historia está llena de ejemplos de aquellos que, cegados por la embriaguez del poder, olvidaron la humildad y la transitoriedad de su posición, solo para caer de la forma más estruendosa.
El poder es un préstamo temporal, no una herencia eterna. Quienes lo ejercen con arrogancia, creyendo que el puesto les pertenece, solo proyectan una sombra que se desvanece con el cargo. En cambio, aquellos que lo asumen con humildad y al servicio de los demás, dejan tras de sí un legado de respeto y buenas acciones que perdura mucho más allá de la transitoriedad de su mandato.
Una frase de mi autoría:
«El poder es un préstamo, no una herencia; su sombra pasa, pero las huellas del servicio permanecen.»
Reflexión
La transitoriedad del poder es una de las verdades más difíciles de asimilar para el ser humano. En el fondo, todos anhelamos la estabilidad y la permanencia, y el poder nos ofrece una ilusión de ambas. Sin embargo, cuando esa ilusión se convierte en convicción inquebrantable, es cuando emerge la arrogancia. La persona arrogante, embriagada por la autoridad que ostenta, comienza a creer que el poder reside en ella como cualidad intrínseca, y no como una delegación temporal.
Esta distorsión de la realidad lleva a una serie de comportamientos perjudiciales: el menosprecio hacia los subordinados, la sordera ante la crítica constructiva, la creencia de que las normas no aplican para ellos y la desatención a las necesidades de aquellos a quienes deberían servir. La arrogancia del poder no solo corrompe al individuo, sino que también erosiona la confianza pública, debilita las instituciones y, en última instancia, socava la democracia. Un funcionario que maltrata, humilla o exige pleitesía, no solo traiciona la confianza de quien lo designó, sino que también ofende la dignidad de la ciudadanía que, en última instancia, sostiene el entramado de la función pública.
El verdadero liderazgo no se mide por la capacidad de dominar, sino por la habilidad de servir, inspirar y construir. Un líder genuino comprende que su posición es una herramienta para el bien común, un medio para generar un impacto positivo y duradero, más allá de la duración de su mandato. Entiende que la humildad es una fortaleza, y que escuchar y aprender de todos, independientemente de su posición, es fundamental para una gestión eficaz.