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Por: Becker Márquez Bautista
Amigo lector. Se aproxima el 19 de mayo, fecha importante para el pueblo dominicano, ese día vamos a celebrar lo que denominamos la fiesta de la democracia; es un ejercicio cívico de tanta importancia que, amerita que todos los ciudadanos dominicanos salgamos a ejercer el derecho al voto y así escoger nuestro presidente, senadores y diputados que nos representarán.
Quiero detenerme un segundo y reflexionar sobre los candidatos a la nominación de diputados y senadores que andan ofreciendo en corto plazo lo que no se puede cumplir a lo largo. Es una forma bastante cruel de crear falsas esperanzas sobre algo que no tiene ninguna esperanza, usted observa el discurso de algunos de ellos y está rebozado de populismo y demagogia, se atribuyen cosas que por ejemplo, el gobierno central ejecuta y ellos las venden como que es una obra de su gestión como diputados, ofrecen cosas que ellos jamás van a cumplir, por el rol que juega un legislador; el papel de un legislador es “Legislar, Representar y Fiscalizar”.
Muchos de ustedes se han preguntado ¿Qué es la demagogia? y, en qué influye para tratar de convencer y/o engañar al electorado. En política, se entiende por demagogia la práctica de ganarse el favor de las masas mediante halagos, ofertas electorales engañosas; ofreciendo concesiones de cosas que no se pueden cumplir, manipulaciones y estratagemas de tipo emocional que conducen al electorado a dar un voto pasional e influido por la emoción del momento y el bloqueo prefrontal que no le permite ejercer un voto consciente y así no poder medir las consecuencias a futuro, los políticos que utilizan la demagogia lo hacen con el fin de lograr conquistar el voto del electorado y a su vez alzarse con el poder político o de tener acceso al mismo.
Dicho de otro modo, se llama demagogos a quienes buscan el favoritismo político a través de discursos y promesas que nada tienen que ver con lo político, sino con las emociones más básicas de la gente.
La demagogia, así, puede traducirse en azuzar el miedo y el odio hacia un supuesto enemigo común, o en halagar y endulzar a la gente, diciéndole lo que quieren oír, en lugar de invitarle a pensar por sí misma y tomar decisiones. Se trata de una práctica común en las democracias y que desde la antigüedad ha sido catalogada como una degeneración del espíritu democrático.
El origen de esta palabra, de hecho, se remonta a la Antigua Grecia y a las voces demos (“pueblo”) y ágo (“arreo” o “conducción”), esta última en un sentido pastoril del término. Así, desde la democracia antigua ya se consideraba la demagogia como algo negativo, pues el político “arreaba” a la sociedad en lugar de acatar sus mandatos.
De hecho, Aristóteles (384-322 a. C.) afirmaba que los demagogos eran “aduladores del pueblo” y que su triunfo en la sociedad solía conducir a la aparición de autocracias o tiranías personales, aunque a lo largo de la historia con la excusa de acabar con la demagogia se han instaurado numerosas dictaduras.
Otro rasgo negativo de la demagogia es que no conduce a las masas a la lucha por sus intereses, sino que las usa para el beneficio personalísimo del demagogo o de la clase política, cosa que, según determinados autores, podría distinguir la demagogia del populismo. Ambos términos, no obstante, suelen emplearse más o menos como sinónimos.
Un político que introduce falsos dilemas a través de sus discursos, para forzar al electorado a asumir posturas maniqueas: “o estás conmigo o estás en mi contra”, impidiendo así el juicio crítico. El solo hecho de que cuestionar un argumento pase a convertirlo a uno en “enemigo” basta para que pocos se atrevan a alzar la voz en su contra.
Un político en campaña que mediante halagos y expresiones de supuesta admiración por su electorado, lo conduce a pensarse a sí mismo como “los buenos” y, a los rivales políticos del demagogo como “los malos”, para así aprovecharse del odio y la división para ganar elecciones.