Por Héctor Miolán
En homenaje a Eduardo Lantigua y José de León, kafkianos hasta las raíces, quienes me enseñaron mucho
Queridísimo padre:
«Hace poco me preguntaste por qué digo que tengo miedo.
Como de costumbre, no supe darte una respuesta, en parte precisamente por el miedo que te tengo, en parte porque para explicar los motivos de ese miedo necesito muchos pormenores que no puedo tener medianamente presentes cuando hablo y si intento aquí responderte por escrito, sólo será de un modo muy imperfecto, porque el miedo y sus secuelas me disminuyen frente a ti, incluso escribiendo, y porque la amplitud de la materia supera mi memoria y mi capacidad de raciocinio».
https://web.seducoahuila.gob.mx/biblioweb/upload/Carta%20al%20padre,%20de%20Franz%20Kafka.pdf
Esta cita es de una de las tantas ediciones que se han hecho del mencionado texto.
Éste es el primer párrafo de la carta. El mismo nos indica cómo sigue y se desarrolla el perfil y problema que se estila en relación kafkiana de Franz y Hermaan Kafka.
La última frase » raciocinio» deja entrever que Kafka perdía el razonamiento ante el padre.
Entro de lleno al objetivo del presente trabajo.
Se ha convertido en una costumbre, cultura, celebrar aniversarios de escritores, filósofos, intelectuales, políticos y militares de todas las épocas.
No es casual que se celebrarán los trescientos años de Kant, los 141 años de la muerte de Karl Marx, etc. Todo un ritual en el que se aprovecha para emitir juicios justos o injustos o, cuando no, juicios frescos sobre obras o escritos de los los personajes o autores mencionados.
Hoy nos ocupa la figura del gran escritor praguense y de lengua alemana Franz Kafka, de quien se conmemoran los cien años de su fallecimiento un 3 de junio del 1924.
Por adelantar algo, se ha dicho recientemente que Kafka no era un ser humano atormentado, como se ha venido afirmando; creo lo contrario, que si lo era; tal fue su carta-ensayo al padre (señor Kafka).
Ese personaje atormentado, llamado Joseph K en casi todas sus obras, por ejemplo en El Castillo y otras obras es una constante en él.
Nótese además lo de la habitación otra constante, en la metamorfosis, El Castillo, El Proceso, es la constante repetida. Es un hilo en forma de espiral, no solo textual, formal, sino también de contenido y forma.
Es por eso que el miedo al padre, por ser una figura imponente y aplastante, se presenta además cuando en un cubículo donde se desvestian para disfrutar la playa, él Kafka, admiraba la figura corpulenta de su padre y la comparaba con la figura enclenque y débil de si mismo.
Se daba, por lo descrito de la autoridad tiránica del padre en casi toda la carta, la relación de admiración-rechazo; quizás un odio-amor metaforizado. En verdad, un absurdo existencial entre la figura del padre imponente y el hijo en apariencias obediente.
Un elemento notable, que se desprende de esa carta, es el hecho de recomendarle a su amigo Max Brod que quemara todos sus trabajos. Su amigo no hizo caso y que bueno que fuera así, porque después de él y su muerte, publicados sus trabajos, no hubiésemos tenido la opinión y extensión de su pensamiento y técnica literaria en grandes de la literatura universal como Borges, Sartre, Kundera; entre otros.
Las influencias que recibió Kafka de los anteriores autores de la corriente existencialista del absurdo, las recibe de Kiekergaard, Dostoievski, etc.
La carta en cuestión demuestra que las influencias recibidas del padre son angustiantes y se convierten, las mismas, en una escena de libertad (lucha por conseguir la misma) y, por otro lado, cárcel o encarcelamiento, o el poco deseo de salir de esa cárcel en una ancha ciudad dominada por un tirano, que respondía al nombre de Hermann Kafka.
Éste era un comerciante de origen judío. Kafka admiraba sus dotes de comerciante y a la vez reprochaba su comportamiento duro para con sus empleados. Al igual su ligereza en juzgar a la gente y creerse que lo bueno era sólo lo él que hacía.
Cuando se sentaba al comedor se permitía todo lo anormal, pero no así a sus hijos. Esto lo explica Franz Kafka en la denominada carta al padre. Tampoco éste permitía que Franz Kafka contara con el apoyo de su madre.
¿Cuántos Hermann Kafka existieron y existirán en la vida de escritores, filósofos, líderes políticos y seres comunes de la humanidad?
No sólo en la vida de padres a hijos, sino también del contorno familiar. Quienes viven vomitando sus egoísmos y resentimientos sobre el que ellos creen débiles o desvalidos. Eso es común en esta sociedad egoísta.
Claro, un poco más brutal, que el señor Hermann Kafka, quien a pesar de su forma arrogante se ocupó de que Franz Kafka estudiará en un colegio alemán; mientras que esos del contorno familiar destruyen y no construyen ni un ápice de felicidad en su área.
De eso (la ocupación por la educación e instrucción), al parecer estuvo agradecido el escritor praguense.
No se puede decir que Kafka no estuviera angustias extremas, melancolías permanentes, como han dicho recientemente algunos por la conmemoración de los cien años de su fallecimiento. Por más que se quiera separar su vida particular, de su vida literaria y creativa; su carta-ensayo al padre así lo evidencia.
(Qué más se puede decir de las obras El Proceso, la metamorfosis, etc.); sino que son síntesis bien logradas de la existencia angustiosa del autor.
Creo que, leída con detenimiento la carta al padre, las conclusiones que se pueden sacar de la misma serían extensas, amplias, semejantes a las raíces de un árbol que recorren el suelo subterráneo, cual topo de la naturaleza animal.
Confieso que escribo esto pensando en mis amigos escritores, sobre todo lectores kafkianos, José de León Méndez y Eduardo Lantigua, quienes murieron, no al igual ni con vidas similares a Kafka, por el contrario, vivieron a plenitud sus creencias políticas y literarias, sí un poco Kafkianas y anarquistas de tintes revolucionarios.
Eduardo Lantigua tuvo y se dio la oportunidad de llevar sus herencias e influencias Kafkianas a los textos más allá que de León, quien todo lo que escribió fue poco, pero sustancioso.
Éste paralelismo o triangularidad que hago con Kafka, Eduardo Lantigua, no es casual, sino de las experiencias, lecturas y conversaciones que sostuve con ambos, por ejemplo, Eduardo Lantigua en sus últimos días de vida, cuidando sus tortuguitas, me decía, ¡que absurda es la vida!, en franca referencia a las tortugas las cuales tienen una vida más prolongada que el ser humano.
Cuestionando irónicamente a la naturaleza humana ante la animal. Eso fue una síntesis de la absurdidad kafkiana.
Nueva York